Creo en las circunferencias, en las esferas, y estoy convencida que la vida es circular, casi un capicúa perfecto. Muchas cosas, muchas situaciones, se cierran igual que empiezan. A lo largo de los años, los círculos son una constante. Al parecer no soy la única que lo cree. Julio Medem en su película “Los amantes del círculo polar” también nos muestra un mundo redondo, una historia de amor circular, la historia de Otto (Fele Martínez) y Ana (Najwa Nimri), dos palíndromos geniales. El amor, grande, secreto, inevitable, que se prolonga en el tiempo y hasta el final
Julio Medem dividió esta dramática historia de amor, en tres partes, como si estuviéramos ante los tres actos de una Ópera clásica. La primera de ella nos cuenta el paso de Ana y Otto por su infancia, el momento en el que se conocen en la escuela de una manera totalmente casual. Los aviones de papel que Otto lanza por la ventana del baño del colegio, un juego intrascendente, unirá a los padres de los dos niños. En una segunda parte, el despertar sexual del amor adolescente, del amor prohibido de los que conviven como hermanos, sin serlo, haciendo creer al mundo que no se importan cuando la vida de uno pende de la del otro, ya en ese momento. Durante la tercera y última parte de la película, los Ana y Otto siguen ocultando su relación aunque la viven de una manera estable. Un acontecimiento dramático le alejará y como no puede ser de otro modo, el tiempo servirá para amortiguar pero no para olvidar. Ella se convertirá en maestra, trabajará en la misma escuela en que los dos se conocieron. Él se hará piloto. Cada uno por su lado mantendrán relaciones sentimentales ruinosas sin olvidarse jamás. Un mañana plagado de amantes que no se concretan en nada, parejas que doblan la edad y que postergan la felicidad para un mañana que no va a llegar.
Pero la vida es circular y uno y otro, de manera inconsciente, seguirán buscándose, porque la necesidad no cesa aunque uno lo quiera. Ana escapará al círculo polar ártico y allí vivirá días en las que las noches no existen, esperando, lejos de todo, recuperarse a sí misma. Otto seguirá volando, trabajando para el servicio aéreo postal de la zona. Ambos sueñan con un reencuentro y un cúmulo de casualidades desastrosas, mientras la búsqueda interior y la de uno y otro espera, llevarán al dramático final de su historia, como no podía ser de otro modo.
Una película llena de matices, tristes, dramáticos, como acostumbran a ser los amores recurrentes, interminables. Amores que se tornan demoledores. Nadie sale indemne de relaciones amorosas como la que viven Ana y Otto. La dependencia de lo que no se controla adormece y al final mata de pura perplejidad.
¿Quién no ha vivido una historia que por excesiva incluso ahoga? Los humano nos parecemos todos por eso somos capaces de llorar con Ana y sentir el abrazo invisible de Otto mientras esperamos frente a una laguna que nos queda tan lejos y tan cerca a la vez.
¿Absurdo? Posiblemente, pero esa es la magia del cine que es capaz de colocarnos tan cerca de sus personajes que podemos sentir lo que ellos siente; vivir lo que ellos viven. Y es esa misma magia la que nos permite, cuando la pantalla se funde en negro, volver a ser un poco más nosotros a fuerza de haber sido otro durante no más de dos horas.
“Los amantes del círculo polar” es una película fascinante, llena de silencios que lo dicen todo. El círculo perfecto.
Me gustó: Los amantes del círculo polar.
ResponderEliminarMás que una historia excesiva en algunos momentos, me parece grande siempre.
Buen artículo.
Un abrazo.
De pequeño, en las clases de dibujo técnico, intentaba hacer círculos perfectos con la bigotera. Siempre fallaba, aparecía un borrón, las líneas no se encontraban... Prefiero las quebradas, las paralelas, las líneas en fuga... Abrazos, siempre
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