"Después de todo, ironizar es ausentarse."
He sabido que esta tarde de sol, rosas y libros, Enrique
Vila-Matas firmará ejemplares de sus novelas en los tenderetes de un gran
centro comercial. Alguien que sabe de mi mística devoción por el escritor
barcelonés me telefonea para ofrecerse a acompañarme al evento, por si quiero que
me rubrique alguno de sus libros, o para ver si de una vez, formalizo esa petición de matrimonio que llevo
años jurando y perjurando que le haré, hincando mi rodilla en el suelo y
desplegando un discurso que llevaré escrito en un billete de autobús en cuanto
tenga oportunidad para ello.
Unas risas después, declino el ofrecimiento. No quiero ir
a ver a Vila-Matas, ni que me firme ningún ejemplar de ninguna de sus novelas,
ni tampoco quiero formularle mi petición de matrimonio, no al menos en las condiciones meteorológicas en la que
nos encontramos. Puede que lo haga cuando descienda el calor de esta primavera
rebelde, o cuando la prima de riesgo vuelva a desquiciarnos a todos, a la que
suscribe incluida, o cuando llueva hacia arriba.
La ciudad bulle,
es una fiesta, y Vila-Matas algo que no invita a la lógica. Mi patológica adicción a lo suyo es muy mía y
por eso, porque es patológica y mía, dejo que campe por libre y como le de la
gana. Y en ese hacer lo que le sale del mismo arco de triunfo, mi patología opta
voluntaria y tozudamente por no arrimarse a ningún quiosco en el que exista la
más mínima posibilidad de darse de bruces con él.
La mejor cosa que tengo de cada uno de los escritores a los
que profeso algún tipo de admiración (entre ellos el ínclito autor), son sus
libros y la libertad, mi propia libertad, de imaginarles la personalidad que
me venga a la medida, que me encaje (para gusto o disgusto) con lo que leo, con
lo que rumio, o con lo que en cada momento me de la real gana; incluso, la
libertad de ignorarles totalmente y quedarme únicamente con lo que escriben. Esta y no
otra es la gracia de la cosa, de mi cosa, por eso sería casi milagroso que
alguien me encontrara guardando cola para que nadie me firme nada. Mi curiosidad, por ahora, va mucho más allá de una rúbrica, y una, que también es muy suya, o toca material con fuste y a fondo o prefiere quedarse en su propia inopia.
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