"La fortuna se cansa de llevar siempre a un
mismo hombre sobre las espaldas".
Ante determinados sucesos en la
vida de alguien, el resto nos creemos en la obligación, en la necesidad o en la
voluntad, de tener que decir alguna cosa, de intentar colocarnos cerca de aquel que se encuentra hecho trizas, devastado por los acontecimientos. En ese querer y
necesitar decir alguna cosa, tiramos de frase hechas, de muletillas, que son
mera cortesía que dejan tibio a quien las pronuncia y tremendamente frío a
quien las escucha. Pero los seres humanos somos así, tenemos nuestras limitaciones
y un saco de buenas intenciones que en ocasiones están de más, aunque nos cueste
reconocerlo, e intentamos hacerlo lo mejor que podemos, lo mejor que sabemos, aunque equivocándonos mucho.
Existen momentos en los que la vida se ceba con el que tiene enfrente y le muestra los dientes
para que no olvide que es ella quien manda, quien marca los tempos, quien distribuye a su albedrío las más terribles de las adversidades. Ante esa crueldad inexplicable, salvaje, enmudecemos como si nos hubieran arrancado las cuerdas vocales, y de esa manera el interior
que quema no tenga una triste línea de vida a la que sujetarse y salir al exterior aunque sea
en forma de lamento.
Estos días, la mala suerte, la
desgracia, ha clavado los colmillos en personas cercanas y en otras que no lo
son tanto. El mundo se ha convertido en un lugar sombrío. El consuelo no cabe,
aunque los gestos ajenos lo intenten. La cercanía de una mano tibia sobre otra
que yace fría acunándose sobre un regazo que se sabe solo por toda una
eternidad, cuando es posible; en otros, el gesto ni siquiera es posible y solo
cabe el deseo de que el tiempo atempere un dolor terrible que se sabe de
antemano que no desaparecerá nunca, pero con el que se aprende a convivir, porque
no cabe otra, y porque de un modo tozudo, quizá más humano que nada, se clavará
en el hígado, no se desvanecerá jamás, para recordarnos que es ella, la vida, la que manda. Y porque manda, con un silencio quedo, las palabras a veces sobran.
Cuando la vida te zarandea utilizando a los que se quiere, una palabra de menos es siempre más, y son los gestos, esos que se cuelan en la retina dolorida, los que nos sostienen como si fueran líneas de vida que nos anclan a ella, a la vida deliciosa y terrible a la vez.
Cuando la vida te zarandea utilizando a los que se quiere, una palabra de menos es siempre más, y son los gestos, esos que se cuelan en la retina dolorida, los que nos sostienen como si fueran líneas de vida que nos anclan a ella, a la vida deliciosa y terrible a la vez.
Además, las palabras suelen ser impostoras. El gesto o, mejor aún, el silencio cercano arropan más.
ResponderEliminarAbrazos, siempre
Una gran verdad, sin duda.
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