El corazón es centro, porque es lo único
de nuestro ser que da sonido.
María Zambrano
Somos ricos en gigas, en megas, y entre esas unidades que
una no sabe muy bien lo que son, se guardan recuerdos, imágenes de cualquier
cosa. En el disco duro de mi teléfono guardo las cosas más inverosímiles, desde
el prospecto de un medicamento, a la última flor que ha brotado de la maceta que tengo en
el alfeizar de la ventana de mi habitación. Fotografías que pierdo cada vez que mi teléfono sufre un percance. Ya no hay álbumes de papel y hacerlos es una rareza a los que hay que dedicar un tiempo que pocos tiene. Las
fotografías impresas son un tesoro en peligro de extinción que
huye de la vida moderna.
Cuando falleció mi padre revolví, con el permiso de mi
madre, todos sus cajones. Recuperé algunas fotografías antiguas. Imágenes de cuando era
joven, entre ellas apareció una vida que yo no había conocido jamás y que descubría mediante en distintas tonalidades de gris. La vida de otro, la vida de otros. Una vida sus hijos no conocimos nunca porque por entonces ni tan siquiera éramos una expectativa. Descubrí una
novia que nunca he sabido hasta que punto lo fue, un desierto obligado y un Tabor de Regulares
que le permitió escribir unas cargas lánguidas que me costó reconocer como suyas.
Nos topamos con que, aquel hombre que nos
había criado, había sido un niño con zapatos flojos, de mirada despierta y pelo
revuelto. Descubrimos que el cabello rojo de mi madre se transformaba en un gris extremo que escondía más pasión que la que la vida
estaba preparada para darle.
Las fotografías de entonces encierran retazos de verdad,
limpios de impostura.
Este domingo de flojera y hormigón, he abierto la caja para a
ver aquellas fotos que desfilan entre caballos y caireles, entre vestidos de flores
y palmas de Domingo de ramos, sin buscar absolutamente nada. Intento
ordenarlas, sin saber si la nevada que cubre la Plaza Universidad es la del año
62 o la de cualquier otro año; si aquella niña sentada en las rodillas de un Rey
Baltasar ungido de betún es mi hermana
mayor o mi hermanda mediana. Reproducir
algunos instantes con la mirada fija es un entretenimiento que posiblemente no
existirá en el futuro y eso es algo que se pierden los que vienen por detrás.
Guardo la caja, cojo el móvil y cuelgo una foto en Instagram. Es mi postureo absurdo del día.
Lo triste es que al final los bits,0 y 1 estáticos, tampoco son eternos, tanto la grabación magnética como la flash, mediante impulsos eléctricos, el tiempo las irá degradando hasta ser de repente ilegibles. No existirá ese amarillento romántico y leve de las fotos antiguas, será otro mundo no perdurable, aunque la gente crea que ese tipo de almacenamiento es eterno. Filosófico tu relato.
ResponderEliminarTodo está condenado a desaparecer.
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