Que
las cosas dependen del cristal con que se mire es una de las deformidades a las que algunos llegan con el cumplir de los años. La vida
fofa que se amolda a las cosas en función de quién es quién. Este fin de semana, un futbolista conocido se
mató conduciendo un coche a 230 kilómetros hora llevándose por delante la vida
de dos jóvenes que viajaban con él. Debemos agradecer que no se cruzara con
nadie y hoy hubiera unas cuantas familias más destrozadas.
Conducir a esa velocidad
es una verdadera temeridad y matarse de esa manera es una forma bastante estúpida
de morir. Pero la muerte está ahí y la simpleza
también. Pero como en todo, los muertos también lo son en función del ojo con el que los miremos A los muertos anónimos los llorarán en su casa, sin cámaras de
televisión, sin aspavientos histriónicos, a los otros se les agasajará sin que sea lo más oportuno
Hay
imprudencias delictivas con resultados fatales. Éste es un ejemplo. La muerte la
lloran siempre los seres queridos, los que sufren su perdida, los demás son una
orquesta cochambrosa que, como en este caso, rozan la sinrazón.
No sé en qué
momento se perdió el norte, en qué momento las cosas pasaron a ser buenas,
malas o regulares en función de quien las lleve a cabo con independencia del
resultado. Lo que está pasando con este caso es el reflejo de muchos otros, de
una sociedad ñoña, estúpida y peligrosamente sensiblera. Hay situaciones que
merecen un poco de silencio, respetar a los muertos (sobre todo a lo que no han
podido evitarlo) y enterrarlos entre los que de verdad lloran su pérdida, dejando
el ruido de las fanfarrias para momentos menos dolorosos, menos complicados y
menos reprochables.
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