"Cuando
somos felices no nos damos cuenta, eso también es injusto. Deberíamos vivir la
felicidad intensamente y tendríamos que poderla guardar para que en los
momentos en que nos haga falta pudiéramos coger un poco, del mismo modo que
guardamos cereales en la despensa o recambios de papel higiénico por si se
acaba, ¿entiende?".
Mientras sesteaba en el
sofá, al socaire de un calor que amenaza con exterminarnos, no he podido evitar
recordarle. Sospecho que está vivo, aunque no sé si lo hace bien o mal.
El calor ha llegado de un
modo súbito y, un día tras otro, el bochorno nos anega, nos trastorna, nos
empapa la ropa y nos asfixia ralentizando cualquier idea que al final muere
ahogada entre sudores extremos.
Voy hasta la cocina, saco
una botella de vino blanco y un vaso que guardo junto a ella para momentos como
éste. Salgo al patio buscando una mínima brisa. El cielo está despejado pero no
corre nada de aire. Me siento en el escalón, apoyando la espalda contra el murete
y cuento, uno tras otro, los minúsculos granos de cemento que recubren la
pared. No podría decir si son diez, mil o cinco mil. ¡Qué más da!
El último sol me devuelve mi
sombra proyectada y una imagen deformada de mis muslos, de mi tripa. Me he
convertido en una caricatura un tanto idiota, con una barriga tremenda y un
cabello revuelto como un nido de armadillos. Me da la risa. Una gota de sudor
cae sobre la falda y en el cerco que deja descubro un mar oriental.
El ánimo no me pesa, pero
deben ser esos últimos rayos de la tarde, abrasadores en exceso, que me
devuelven la indolencia de su propio estado conmigo. Desde el patio de la casa
vecina llegan las notas de un piano. Un instrumento que casa mal con las tardes
de verano. Pero ahora cabe todo y los atardeceres como éste engendran
ensoñaciones silenciosas que se balancean al ritmo de los acordes de vecinos
generosos.
Brindo por mi
vida, por la suya, por la que se extravió por el camino y por todas esas cosas
que nunca te dije.
Muy hermoso Noire. De todas formas yo que soy un tipo mucho más sintético y dado que en Roma debe hacer incluso más calor que en Barcelona si tal cosa es posible, en lugar de patio prefiero cerrarlo todo bien y poner el aire acondicionado. Ah, y el vino blanco lo he cambiado por limoncello. Bueno, la intención es lo que cuenta ¿no?
ResponderEliminarVa por usted.
Me gusta tu relato.
ResponderEliminarLo de la barriga no me lo creo.
Pues no sé Alfredo, yo a la intenciones les doy poco crédito aunque en tu caso, por aquello del limoncello, voto :)
ResponderEliminarKenit, si yo te contara :)
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