"Si uno no quiere luchar por el bien cuando puede ganar fácilmente sin derramamiento de sangre, si no quiere luchar cuando la victoria es casi segura y no supone demasiado esfuerzo, es posible que llegue el momento en el que se vea obligado a luchar cuando tiene todas las de perder y una posibilidad precaria de supervivencia. Incluso puede pasar algo peor: que uno tenga que luchar cuando no tiene ninguna esperanza de ganar, porque es preferible morir que vivir esclavizados".
Winston Churchill
Que todas las personas no somos iguales, como he dicho en otras
ocasiones, es una obviedad que no debería ser necesario remarcar, pero, con los
tiempos que corren, es hay que repetirlo, una y otra vez, aunque la voz se
canse.
La variedad de posturas e interpretaciones, la posibilidad discrepar, a sostener posiciones distintas es
un derecho al que se ataca, por sistema, cuando lo opinado por otro no se
ajusta a lo que se quiere, sin tener, en la mayoría de ocasiones, más argumento que el ideológico.
Tenemos la
gran suerte de vivir en democracia, de contar con unos estándares de libertad envidiables, sin perjuicio de que, como todo sistema, sea mejorable. Pero como país tenemos
un problema. Arrastramos, como excusa para todo, el pasado de una dictadura que
está muerta y enterrada, que se finiquitó para entrar en un nuevo periodo en el
que la seguridad, la libertad rigen la vida de todos los ciudadanos. Negar esta
realidad, es negar nuestra propia historia. La constante invocación a tiempos
pasados, el señalamiento como "franquista" a todo aquel que considera que la
mejor manera que funcionar es mediante el sometimiento a las leyes que, no
olvidemos son dictadas por los diputados electos, es una auténtica barbaridad y
aberración que no puede traer nada bueno. La mayor garantía a nuestros derechos
es la existencia de un Estado Democrático, Social y de Derecho, con una auténtica
separación de poderes. Y todo eso,a pesar de los que algunos piensen, existe. Los poderes del Estado son tres: El ejecutivo, el legislativo y el judicial. Su independencia es una garantía para todos. Estamos asistiendo a un ataque brutal al poder judicial desde los miembros que conforman los otos dos poderes, algo tan peligroso como poco ponderado. La posibilidad de recurrir a los Tribunales en defensa de
los Derechos (los que sean), de recurrir las decisiones que de ellos emanan, es
la esencia de nuestros derechos fundamentales. Una salvaguarda que se cuestiona
cuando las resoluciones no son del agrado de la ideología del que la recoge.
Vivimos en un momento social en que las redes sociales se han convertido en altavoces
de todo y de todos. Cualquier puede generar opinión, aunque lo haga desde la
más profunda de las ignorancias. Vivimos tiempos convulsos desde todos los
puntos de vista. La clase política, con sus intrigas y sus intereses
particulares, se encuentra alejadísima de los ciudadanos. El todo vale que se viene
extendiendo entre los que se deben a los ciudadanos porque lo suyo debe ser el atender al interés público y común, es algo inaceptable.
Nos
queda un recorrido largo y tedioso. El respecto a la norma como garantía de
convivencia debe generar confianza y todos los poderes del Estado deberían trabajar por su respeto y reconocimiento. Denostar las instituciones por desconocimiento,
por intentar hacer valer una posición sobre la otra, por ideología, o por la simple maldad de
confrontar a unos contra otros, es un mal camino que una vez se empieza
a recorrer no tiene marcha atrás. Vivir
bajo el manto de la norma, aprobada por Parlamentos democráticos, en los
que cabe la discrepancia desde la legalidad, es un bien más que preciado por el
que todos deberíamos sacar la cara. Las alusiones a componentes franquistas en
las instituciones y en la legislación, cuando desde el año 78 vivimos en democracia, es el mayor
insulto que podemos recibir todos como miembros de la sociedad en la que vivimos.
Pero en estos tiempos, de eslóganes facilones y biensonantes, requieren de
fortaleza, de repetir hasta la saciedad que vivimos en democracia, que las leyes
son de todos y que, si no nos gusta, o no nos hacen servicio, debemos
cambiarlas por los cauces legales. Que el derecho a discrepar se ejercita en
las urnas mediante la aplicación de la reglas del juego votadas entre todos, que la protección de nuestros Derechos, en última instancia, la
tienen los Tribunales y que ya viene siendo hora que los políticos, esos que
aspiran a estar en el Congreso para dirigir a este país, se formen y, sobre
todo, aprendan a respetar no solo a la institución que representan, sino a sus
propios ciudadanos, a los que les votan, pero sobre todo a los que no lo hacen porque, ellos, pese a las
siglas que defienden, se deben a todos y cada uno de los ciudadanos de este país. Deben empezar por no mentir, por respectar y creer en las instituciones y en
los Derechos que a todos nos asisten. Todo eso, a fecha día de hoy, no es moco
de pavo.
Ni un pero tiene la entrada de hoy. Felicidades.
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