P.D. Me he comido el tercer trozo de pizza. No podía dejarlo
en la nevera y torturarme. Me ayudará a dormir. Buenas noches, Página. Te
quiere, Minessota.
Recuerdos del futuro. Siri Hustvedt
Marie y León desayunan en la mesa de al lado. Podría haber
inventado los nombres, pero responden a los suyos propios. En su corrección y sencilla elegancia, el uno llama al otro por su propio nombre, sin que su repetición les canse en absoluto. León le pide a Marie que le pase
las servilletas; Marie, que hojea el suplemento del periódico que lee León,
le comenta cualquier cosa. Repiten su nombre , ella con un ligero tono afrancesado, como si de esa
manera apuntalaran la presencia del otro mientras, con calma, beben de sus
tazas. La imagen reconforta en tiempos
de crispación y de dejadez. Tranquilidad
y sosiego en una naturalidad abrumadora. La mano de León juguetea durante unos con los dedos de Marie que sigue a lo suyo y él, sin despistarse, sigue leyendo el periódico. Entre ellos se detecta la complicidad de una compañía larga
que ahora parece apaciguada. El paso del tiempo amansa, aunque puede que, en este caso, la cosa sea sencillamente porque es así, porque son así. Guapos en su ancianidad, tranquilos, sosegados y, porque, en definitiva,
es un domingo de invierno, con un tiempo de perros y la cafetería es un lugar
tan bueno como cualquier otro para pasar las horas de la mañana sin que nada moleste. Barcelona, como cualquier otra ciudad del
mundo, se nutre, por necesidad, de momentos en los que olvidarse de todo para
centrarse en el otro sin perderse de uno mismo. Es la necesidad de la calma, del espacio, del respirar sin prisas. Frente a mi, todo eso, aunque puede que sea producto de la imaginación, precisamente, de una mañana de domingo de borrasca y tiempo muerto.
Podría ser la imagen de una película de
Woody Allen o de Haneke en mitad de una escena amorosa, pero es algo real que supera la ficción en la que nos recreamos. Puede que
el amor sea precisamente lo que veo en estos momentos. Apunto en un papel dos ideas para no olvidar y una realidad que con frecuencia se nos pasa de largo y es que el amor existe y que se sustenta, como casi
todo lo importante, en pequeñas cosas, en detalles que vistos desde fuera podrían
carecer de interés pero que en la intimidad de a dos construyen una vida. Detalles como el beso que el anciano deposita en el pelo blanco de Marie
cuando sale a fumar y ella le regaña removiendo sus anchas caderas en una silla escasa; o como las manchas
maduras de las manos de la mujer que se ven cuando pasa las hojas de la revista que hojea; o
la frente marcada de León cuando intenta leer, desde la silla de enfrente, el
párrafo que le muestra la que en esos momentos se me antoja la mujer más bella
del mundo.
Nos cuesta imaginarnos viejos y hacernos a la idea de la propuesta de futuro escaso
que casi siempre la acompaña. Y no nos creemos que algún día, a poco tardar,
seremos ancianos, porque lo de la vejez siempre parece que vaya a ocurrirle a otro
hasta que, sin que el calendario de tregua, las velas a soplar son tantas que
se sustituyen por dos números que disfrazan el contador. Por eso, la imagen de
Marie y León, tan ancianos, tan acompañados el uno del otro, aleja el fantasma de
la soledad futura, del mal de vida, y transforma en preciosa una mañana de
viento y lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario