A grandes rasgos, es posible que el nivel de preocupación, o de ansiedad, sea más o menos el mismo de una persona a lo largo de su vida. Si no es por una cosa es por otra. Si no son mil pequeñeces, es una grande. Como si tuviéramos ahí dentro un termostato emocional particular.
Iñaki Uriarte. Diarios (1999-2003)
Son las tres de la madrugada.
Enciendo el televisor solo para que la luz me acompañe, no puedo dormir y la
oscuridad del salón me inquieta. Doy unas cuentas vueltas por el piso, a
ciegas, procurando no hacer ruido, no quiero despertar a nadie. Entra un
mensaje en el teléfono y el azul de la pantalla se refleja durante unos
segundos, en el techo, como una minúscula explosión nuclear hasta desaparecer. En
la televisión dos mujeres discuten acaloradamente, yo no puedo oírlas, pero los
gestos, el movimiento alocado de sus brazos lo delata. Abro la ventana y repaso
las ventanas hasta donde me alcanza la vista. Alguien al otro lado de la calle da
vueltas por una habitación, solo se ven las sombras y el reflejo de lo que
parece un televisor. Todos tan distintos, todos tan iguales. Cojo el móvil y lo
apago sin leer el mensaje. A estas horas
solo escriben los insomnes y las entidades bancarias. Con toda seguridad nada
importante, nada que no pueda esperar hasta mañana o tal vez hasta pasado. Algo
que puede esperar de un modo absolutamente natural porque a estas horas casi nada importa.
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