Recuerdo incluso lo que no quiero.Olvidar no puedo lo que quiero.
A las personas
normales nos cuesta pensar que alguien en su sano
juicio sea capaz de hacer determinadas cosas. Se nos escapa que un adulto pueda
acabar con la vida de un niño de una manera intencionada y mucho menos violenta. Por eso, cuando nos enteramos por las noticias de una situación tan terrible como lo es la muerte
violenta de quien aun no ha tenido tiempo de aprender siquiera a multiplicar, algo se
nos remueve por dentro. Y con ese estómago revuelto, seguimos a lo nuestro,
dejando para la familia, y los más cercanos, la congoja y el dolor, la desazón y
la creencia de que una situación tan tremenda es imposible de superar en la
vida, y posiblemente así sea.
El duelo por la muerte de un ser querido, sobre todo de un niño, siempre requiere intimidad,
recogimiento, y cuando es en una situación tan tremenda como un homicidio o un
asesinato, más todavía. La investigación y del enjuiciamiento de este tipo de atrocidades no precisa de exposiciones a la galería,
ni de juegos de luces y pirotécnica, necesita de rigurosidad, de calma, de profesionalidad y mantenerse
alejado de las bambalinas.
Pero en todos estos temas hay siempre una rebaba de morbo que se expande entre la curiosidad enfermiza de la gente. Por eso, aun siendo una absoluta indecencia, desde algunos medios de comunicación se hurga y se vende la miseria y el dolor, alimentando, de esa manera, la epidemia de la malsana curiosidad de la que algunos no se quieren privar.
Esta semana empezó el juicio por la muerte violenta de un niño. La autora ha reconocido haberle dado muerte. Hasta aquí, y no más, es todo lo que necesitamos saber (si realmente lo necesitamos), los que nada tenemos que ver ni con el niño, ni con la autora de la muerte, ni con la familia de uno, ni con la familia de la otra.
Por eso, que los
medios de información, día sí y día también, se recreen en las circunstancias
en que se dio muerte a un niño, dice bastante poco de ellos. La sociedad tiene
que saber, pero no tiene porque saberlo todo. Hay detalles y circunstancias que
pertenecen a la familia, a los Jueces, a los Fiscales y a aquellos que
intervienen en la investigación y enjuiciamiento de unos hechos semejantes. Los
demás sobramos.
Y sobramos porque el menor, aun muerto, tiene derecho a que se le
respete en su intimidad, en su imagen e incluso en su honor. Y la familia,
doliente de unos hechos tan dramáticos como es la perdida de un hijo de un modo
violento, merece sosiego, respeto y el derecho a que la imagen y el recuerdo de
su hijo quede preservada de la chacinería barata de la que, de una manera nada
inocente, se le priva. Y necesita que la Justicia caiga con todo el peso de la ley sobre quien es capaz de cometer un hecho tan deleznable. El resto, silencio y respeto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario