Es mejor ser odiado por lo que eres,
que ser amado por lo que no eres.
André Gide
Las opiniones son como el culo, todos tenemos uno y las
expresamos como podemos. Algunos lo hacen, precisamente, como la parte trasera que
tenemos al final de la espalda. Twitter es un campo abonado de minas, de las
buenas y de las malas. Por eso hay día que preparar un bol de palomitas con un
gran vaso de cola, abrir twitter para leer lo que unos y otros vierten en la
red social, es un planazo total. Yendo de enlace en enlace, de comentario en
comentario, uno puede hacerse una idea tremenda sobre la sociedad en la que
vivimos, hasta el punto de llegar a implorar que alguien apriete el boto de
autodestrucción porque el panorama que muestra es de lo más desalentador. Pero
hay otros momentos en los que es posible descubrir que aun queda gente con
sentido del humor, con ganas de dedicar el tiempo a desasnar a una gran cantidad
de perfiles virtuales a los que, con casi toda seguridad, en la vida real no tocarían
ni con un palo. Estos últimos, los que ofrecen en la red su conocimiento y sus
ganas, merecen todo mi respeto a su paciencia y a las ganas que le echan. Las
redes sociales se han convertido, en la mayoría de ocasiones, en un estercolero
maravilloso al que hay que darles una importancia menos que relativa. La vida
no está ahí, aunque lo parezca. Ni todos somos tan malos, ni todos tan buenos,
ni todos tan guapos, ni todos tan feos. Twitter, como Facebook o Mastodon, son una realidad paralela adulterada
de la que es conveniente salir para relativizar y para no perderse en un oasis raro, aunque en él, de vez en cuando, aparezca alguna palmera, divertida e interesante, en
la que sentarse a la sombra para pasar un rato, pero poco más.
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