domingo, 8 de septiembre de 2019

¿QUÉ COÑO HAGO YO AQUÍ?


Es mejor ser odiado por lo que eres, 
que ser amado por lo que no eres.

André Gide


Las opiniones son como el culo, todos tenemos uno y las expresamos como podemos. Algunos lo hacen, precisamente, como la parte trasera que tenemos al final de la espalda. Twitter es un campo abonado de minas, de las buenas y de las malas. Por eso hay día que preparar un bol de palomitas con un gran vaso de cola, abrir twitter para leer lo que unos y otros vierten en la red social, es un planazo total. Yendo de enlace en enlace, de comentario en comentario, uno puede hacerse una idea tremenda sobre la sociedad en la que vivimos, hasta el punto de llegar a implorar que alguien apriete el boto de autodestrucción porque el panorama que muestra es de lo más desalentador. Pero hay otros momentos en los que es posible descubrir que aun queda gente con sentido del humor, con ganas de dedicar el tiempo a desasnar a una gran cantidad de perfiles virtuales a los que, con casi toda seguridad, en la vida real no tocarían ni con un palo. Estos últimos, los que ofrecen en la red su conocimiento y sus ganas, merecen todo mi respeto a su paciencia y a las ganas que le echan. Las redes sociales se han convertido, en la mayoría de ocasiones, en un estercolero maravilloso al que hay que darles una importancia menos que relativa. La vida no está ahí, aunque lo parezca. Ni todos somos tan malos, ni todos tan buenos, ni todos tan guapos, ni todos tan feos. Twitter, como Facebook o Mastodon, son una realidad paralela adulterada de la que es conveniente salir para relativizar y para no perderse en un oasis raro, aunque en él, de vez en cuando, aparezca alguna palmera, divertida e interesante, en la que sentarse a la sombra para pasar un rato, pero poco más.






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