"Me encontré con mi propia mirada en el espejo; era una mirada tremendamente oscura,
dentro de una cara congelada en una frustración tan grande que casi me estremecí al verla".
Karl Ove Knausgard
Rompiendo
la costumbre de los últimos años, pasamos estos días en casa. Este año la cosa
vino así y, así como vino, nos hicimos a ella.
El viernes dispusimos el mantel y las servilletas de hilo reservados
para las grandes ocasiones. Sacamos brillo a las copas, a los cubiertos y con la caída de las primeras horas de la
noche, mientras esperábamos a que el apetito se abriera paso al ritmo del chup
chup de la cocina, escuchamos unos
cuantos discos de Oscar Peterson, que no terminaban de apagar el rumor del
viento que aun hoy se cuela por la
ventana.
Deberíamos arreglar la ventana, aunque tal vez deberíamos cambiarnos
de casa, o marcharnos al extranjero y probar suerte. Entre discusiones mininas, una cosa llevó a
la otra, al pasado, al presente y a esa especie de "ay, ay ay” que aún tiene que llegar. Conversaciones que
nacieron con la salida de la luna y se prolongaron sin punto y final. Sobre las siete llamaron los suyos, sobre las
ocho los míos, y sobre las nueve, con el frío y las primeras volvas de nieve,
un par de amigos que allá por primavera desertaron
de la familia (o la familia de ellos), que llegaron buscando el cobijo de esta
casa que siempre anda abierta. Una verdadera fortuna. Así pasamos las horas, entre tenedores y
platos llanos, copas y charla reposada; espoleados por la tontuna que ha invadido la ciudad y por la sensación
irremediable de perdida que vamos sumando con los años. Las sonrisas ligeras llegaron hacia la medianoche, obedeciendo a un mal disimulado cansancio o a un ligero
achispamiento, casi siempre es así. Aunque puede que sonriamos porque ya solo nos queda el pulcro
sentido del humor con el que nos vadeamos para sobrevivir a determinados
estados carenciales. Fue una velada de un ligero tinte rojizo, de borgoña
viejo, de madera ennegrecida, de manos
encallecidas, de sonrisas interrumpidas, silencios minúsculos y
pensamientos prodigiosos. Cada cierto tiempo la nostalgia llama a nuestra puerta,
aunque ahora se presente vestida de IKEA, es inevitable.
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