A veces, el silencio es la peor mentira.
Miguel de Unamuno
Acarrear a cuestas con el sentido
trágico de la vida no es cosa de depresivos, ni de pesimistas mal ventilados,
sino la consecuencia lógica de vivir con los pies sobre el suelo, haciéndolo
sin mayor dramatismo, sin un querer cortarse las venas a cada minuto que pasa,
y sin, desde luego, desmerecer lo de esplendido que tiene el hecho de vivir, pero alejándose de los optimismos desmesurados de los que prefieren hacerlo
bajo la patente de corso de la ignorancia y la sinrazón, viviendo de espaldas a
la realidad, que es la que es. Porque, sin incurrir en emociones desgarradoras,
las circunstancias están para pocas bromas y aunque las intentemos disfrazar de
futuros prometedores, no hay que olvidar que el mañana es algo que no existe
hasta que se llega a él, si es que se llega. Vivir de cara a la realidad nos
permite, saber de la maldad humana, pero reconocernos también como seres capaces
de amar la belleza, de dar vida y de recibirla, de vivir al amparo de la
mediana felicidad que cada día, segundo a segundo, hay que labrarse. No cabe parapetarse
detrás de las bondades humanas que no siempre existen, ni de las maldades
infinitas. Vivir con la consciencia de la realidad, alejándose lo máximo posible
de algunas posturas que solo ofrecen una perspectiva torcida de la existencia. El
correr de los años enseña algunas cosas, como tomarse la vida con cierta
filosofía, parda si se quiere, pero filosofía al fin y al cabo, que permite huir con cierta
consistencia de algunos extremismos vitales y resguardarnos bajo el paraguas
del confort que da el saberse ajeno a ciertas idiocias colectiva que, de vez en
cuando, ataca por todos los lados.
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