domingo, 13 de marzo de 2022

HORMIGÓN

 



La obra se paró hace semanas y el edificio, que ha quedado a medio terminar, se levanta como un esqueleto al que le falta el relleno de la carne y el músculo. Tiene una apariencia enfermiza a la que no ayuda la humedad que se pega al hormigón. Entre mi ventana y su frontal se abre una brecha por la que se cuela parte de un cielo que hoy viste de gris. Lo mismo que ayer, lo mismo que las últimas semanas. A las ventanas les faltan los cristales, a la fachada un recubrimiento que tal vez no llegue. No puedo dejar de pensar en que quizás estemos viviendo nuestros últimos momentos de tranquilidad. Los estertores de una felicidad que se nos antojaba insuficiente porque desde lo acomodado de nuestra existencia todos es escaso. El año no da tregua. La maldad se cuela por cualquier rendija. Puede que estemos a un paso de la de la pérdida del todo, de lo que podemos tocar y de lo que consideramos esencial en nuestras vidas, más allá de los simplemente material. Pongo la televisión buscando dejar atrás la sensación de calma provisional con la que nos vamos engañando día a día. Busco entre las plataformas y termino viendo una película que no es más que una historia de la historia. De la misma historia que se va repitiendo cada cierto tiempo. Los fotogramas de ayer son los mismos de hoy solo que con mayor pixelación y calidad en el color.  No estamos a salvo de nada. La historia se repite una y otra vez. Los mismos locos, los mismos errores, las mismas masacres. No hemos aprendido nada.  Me siento a escribir esta nota, frente a la ventana desde la que veo el edificio a medio construir,  teniendo la certeza de que no hace más de un mes, una tarde de domingo en Kiev era el reflejo parejo de las nuestras. De nuestros domingos indolentes a los que intentamos trampas para que el día se estire y el lunes parezca algo lejano. Tardes de domingo que se cimbrean entre la melancolía y las pocas ganas; entre los planes y las necesidades. Tardes que ahora muchos añoran porque de todo aquello ya no queda nada. Nuestro tiempo y nuestro destino no siempre nos pertenece. Lo olvidamos con demasiada frecuencia. Pongo a Vetusta Morla en la lista de reproducción y pienso, al igual que la canción, que dejarse llevar suena demasiado bien, pero quizá, hoy ya hora es un juego de azar del que, en realidad, no nos podemos fiar.




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