Considero que la televisión es muy educativa. Cada vez que alguien enciende el televisor salgo de la habitación y me voy a otra parte a leer un libro.
Groucho Marx
Desde la última mudanza, los
libros se acumulan apilados unos sobre otros formando columnas más bien
inestables, esperando encontrar un lugar, sino adecuado, sí al menos más cómodo
y menos desastroso. Pero el espacio es escaso y no sé bien como resolver la
cuestión sin sentir la extraña sensación, cuando por necesidad decido desprenderme de parte
de ellos, de que me estoy equivocando. Pero la lectura llevada hasta el extremo
del vicio, acompañada del placer de escoger con cierta dedicación lo que se va a leer, conlleva que el número de ejemplares que vamos atesorando se multiplique de un modo exponencial y difícilmente controlable.
Hace meses iniciamos una campaña casera para limitar el número de libros con
los que pensábamos hacernos. Ni que decir tiene que aquel pacto
bienintencionado se ha quebrantado desde el inicio y así, como el que no
quiere la cosa, semana a semana, las columnas van aumentando, el espacio va
menguando y la capacidad para disimular que un nuevo ejemplar llega a casa va
mejorando. Se puede vivir sin libros, a buen seguro que sí, pero también tengo
claro que viviríamos mucho peor.