"Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado que hay dentro de nosotros."
Franz Kafka
Supongo que más pronto que tarde acabarán declarándome
pródiga y arrancándome la tarjeta de crédito, inscribiéndome en alguna lista de
esas que prohíben el acceso a determinados lugares porque esa es la única
manera de evitar que, mes sí y mes también, acabe cargando el saldo deudor de
mi tarjeta de crédito con la compra de libros. En eso iba pensando mientras
terminaba de quitar el plástico con los de “Galaxia Gutenberg” envuelven
últimamente sus libros y que, por lo general, me molesta en sobremanera. En
este caso no me importa, sé lo que quería, y sé lo que me he llevado, “Una soledad demasiado ruidosa” de
Bohumil Hrabal.
No es fácil encontrar, al menos en Barcelona, los
libros de Hrabal, algo absolutamente incomprensible, al menos para quien como
yo, considera a Hrabal uno de los mejores escritores centro europeos del siglo
pasado. Pocas letras tan lúcidas, inteligentes y bien recreadas como las de este
autor. El primer libro suyo que leí, "Trenes rigurosamente
vigilados", lo compré en una librería de viejo en Praga, una edición
traducida al español que algún uruguayo había dejado caer por aquellas tierras.
¿Qué como sé lo del uruguayo? Sencillo, un tal Rafael Escriche, el nombre que
consta en su solapa, bajo una rúbrica inteligible así lo hizo constar. Una
letra en redondilla, curiosa, que si no fuera porque dejaba testimonio bastante
(al menos en apariencia) de que la misma había sido estampada por un caballero
(que yo imagine, bajo el frío que resulta del siempre desconcertante río
Moldava, de pelo cano, entrado en años y con las manos adornadas por las
cientos de marcas que dejan la edad), la hubiera atribuido a una mujer, también
entrada en años pero menos adornada por el paso del tiempo.
Ahora estoy sentada frente a mi ordenador, con el
libro de Hrabal a mi izquierda. Lo miro de reojo, porque sé que he hecho mal y
dos diminutos seres se me cuelan por dentro, cada uno de ellos por un oído para recordarme, uno, que lo malo es gastar en imprevistos, y el otro para recordarme
que los libros nunca son imprevisibles y que incluso podría cerrar la puerta y
ponerme a leerlo ahora mismo, mientras simulo estar haciendo algo para ganarme
el pan. Pero ha sido inevitable, supongo que tan inevitable como le debió
parecer al autor dejarse caer al vacío, de un modo casual, mientras intentaba
dar de comer a los pájaros que se acercaban al alfeizar de su ventana.
Tengo mala conciencia porque he caído de nuevo en mi
propia trampa, la de la chispa en ojo ajeno, en este caso, la chispa de Bohumil
Hrabal. Espero que mi banco, o mi tarjeta de crédito, puedan entenderlo y sobre
todo soportarlo, para algunas adicciones no existe la metadona.
No hay comentarios:
Publicar un comentario