Los que leemos por enfermedad
sabemos que el mejor modo de hacerlo es estando solos, alejados de cualquier
cosa que nos pueda trastornar, y con el
tiempo suficiente para que nuestra lectura sea algo más que un superficial roce con la
realidad concebida a la medida de quien se esconde detrás de unas letras que, casi siempre, son peligrosas, muy peligrosas, para los que adolecemos del mal de
la lectura.
Los que leemos, porque no podemos evitarlo,
esperamos que cuando una novela cae en nuestras manos, nos atrape y nos coloque
en su historia, aunque sea en escorzo y fluya de tal modo que al llegar a la última página intentemos demorar el momento de abandonarla.
Porque los que leemos por el gusto de leer sabemos que una vez pasemos la
última página nada volverá a ser lo
mismo porque el recuerdo de las impresiones de lo leído nos
modificará, en la medida que sea, el modo de emprender una nueva lectura.
Los que leemos por enferma
devoción a la palabra escrita también sufrimos terribles decepciones y
engaños. Pero nuestra enfermedad no tiene cura, por eso, una y otra
vez, caemos en el perverso vicio de la lectura, buscando un rincón solitario en el que parapetarnos y continuar retroalimentando el infierno, o la gloria, que letra tras letra nos vamos forjando.
Todo esto que ahora digo, no sé
porqué lo digo. En realidad quería hablar sobre las fotografías de Walker Evans,
de la infinita tristeza que en ellas asoma siempre. La vida en un click.
Pero me perdí. Quizá porque cuando me entretengo viendo las fotografías de otros, casi siempre pierdo el sentido del tiempo, como me pasa con los libros. No me lo tengan en cuenta, los que estamos enfermos de historias, acabamos volviéndonos disolutos e incluso un poco irreales.
Pero me perdí. Quizá porque cuando me entretengo viendo las fotografías de otros, casi siempre pierdo el sentido del tiempo, como me pasa con los libros. No me lo tengan en cuenta, los que estamos enfermos de historias, acabamos volviéndonos disolutos e incluso un poco irreales.
Por último, una recomendación "Normas de cortesía" de Amor Towles, de la editorial Salamandra. Tampoco me lo tengan en
cuenta, con ella, la novela, me debato entre el gusto y el disgusto, pero es lo que tenemos
los que estamos así, enfermos de literatura. Por eso tampoco podemos los encadenamientos, en este caso, el de Walker Evans con Katey Kontent, la protagonista, o no, de "Normas de cortesía".
Es una ley divina.
ResponderEliminarSi se lee mucho, se acaba, de alguna forma, copiando.
Aunque todos los escritos tienen algo de copia, incluso los muy célebres.
No se salva ni Dios.
aquello de ...hágase la luz, me sonaba mucho.
Bueno, la influencia es inevitable, y no diría que todo el mundo copia pero también es cierto que haberlas las hay.
ResponderEliminarBesos