Hay momentos para recitar poesías y hay momentos para boxear.
Roberto Bolaño
I.- Inicio la lectura de “El rapto de la gaviota”, un libro que
no existe pero que se debate embrionariamente entre la muerte anticipada y la
peste de lo que se pudre antes de ver la luz. Al final, siempre es lo mismo.
II.- Cuelgo el teléfono y señalo en la agenda el 23 de octubre
con un círculo rojo y la palabra “marcador” y un escalofrío me recorre el
cuerpo. Ahora mismo sería capaz de limpiar algunos baños para exorcizar unos
cuantos fantasmas.
III.- En la prensa del día encuentro una foto mía, y aunque la
noticia es de hace un par de semanas, la fotografía tiene más de dos años. La
fama y yo nunca fuimos de la mano, pero me llama mi madre, llena de orgullo y
satisfacción, para recordarme que la notoriedad casi siempre es inmerecida y que esta
semana pase por su casa, hay que limpiar la uralita del patio interior. Nada
como que te hagan tocar de pies al suelo. La mierda siempre es un buen aliado.
IV.- Anotado queda, ni un solo libro más hasta que termine el
mes. Revisar todo lo que hay pendiente en casa o cortar la tarjeta VISA. El que
avisa no es traidor y Knausgård no es Dios, aunque bien pudiera ser su profeta.
V.- Repetirle al oído, mientras duerme, que mi suerte guarda su nombre antiguo. Su nuca siempre huele bien.
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