miércoles, 14 de octubre de 2015

DE LO ANODINO



La mediocridad depende del contexto.
David Foster Wallace


Hora de entrar a trabajar, de coger el ascensor. No es extraño encontrarse, día tras día, con las mismas personas. Pasada la fase de mirar el móvil, de mirar al infinito o la punta de los pies mientras te elevas, se inicia un breve y anodino contacto de sonrisa impostada con un «¿Qué tal?» que recibe la simple respuesta: «Bien, de jueves ya»,  o del día de la semana que toque, que todos le van bien. Una, frase hecha que no dice nada. Un romper el silencio incómodo por romperlo, porque la cercanía del cuerpo del desconocido se nos vuelve espesa y pastosa. 
Son las insustanciales conversaciones de ascensor, sobre el tiempo, el fútbol o incluso el cansancio de los días que pasan y que acercan al fin de semana. Ni el trayecto, ni la relación con el otro, da para más. Por eso aunque uno se esté muriendo por dentro, el dolor de cabeza martillee sin tregua, la hipoteca pese como una piedra, y el mundo se hunda bajo los pies, el ascensor es un mundo ideal de bienestar. Todos andan bien. Y mañana, y pasado, seguirán igual de bien porque, en realidad, casi nadie importa nada, casi nada importa a nadie, dentro de aquellas cuatro paredes. Apenas si llueve, apenas si vives. Pero, pese a lo rancio o lo tosco, pocos evitarán el suplicio de tanta banalidad dentro de un cubículo irrespirable, por eso las escaleras mueren solas y nuestro corazón con ellas.






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