«Al mismo tiempo, oyó a su lado la voz de una muchacha que le decía a su amigo: Le conozco, se llama Marsé, es uno bajito, moreno, de pelo rizado, y siempre anda metiendo mano».
Últimas tardes con Teresa. Juan Marsé
Por la mañana vuelvo a salir a la calle. Junto a la cuesta,
encuentro una terraza en la que sentarme sin tener que hacer cola. Es algo
extraño. En estos días encontrar una mesa vacía es como encontrar una aguja en
un pajar. Pero no hay nadie y, aunque puede que no sea una buena señal, me
siento y espero a que salga alguien. Poca gente en la calle a esta hora, ni tan
solo los que se recogen tarde de la verbena. Nadie arrastrando los pies, ni parejas
de chavales cogidos de la cintura apurando los últimos momentos de una noche
que ya ha terminado. Entretengo la espera intentando adivinar de qué son los
comercios que veo desde mi mesa y que hoy no abrirán porque es festivo, y que
puede que mañana tampoco lo hagan porque el virus también ha acabado con
ellos. Nadie aparece para que pueda
hacer la comanda, así que me levanto y entro al bar. Está oscuro, en la barra
un tipo lee el periódico mientras al fondo, en una cocina minúscula, se ve
trasteando a una mujer que me mira de reojo y sigue a lo suyo. Huele a fritanga
antigua. Salgo sin pedir nada, se me han pasado las ganas. Camino calle abajo, apartando
con el pie los restos de las bombetas de papel y pólvora quemada. Una
serpentina se me pega al zapato y arrastro la suela para deshacerme de ella,
pero no lo consigo. El verde de las hojas
muertas se mezcla con el rojo del cartón quemado y los vasos de plástico a
medio terminar. Hoy no ha pasado el servicio de limpieza municipal. Imagino que
dejarlo todo como quedó anoche es una estrategia para levantar el ánimo de la
gente que, al salir a la calle, verá los restos de lo que puede haber sido una
gran fiesta que, con suerte, habrá conseguido eclipsar por unas horas el temor
a lo que se nos viene encima. Pero no es eso, es solo que es fiesta y nadie
recogerá nada. Vuelvo a casa caminando, tengo ganas de tomarme un café en un
sitio tranquilo, lejos del rumor que empieza a llenar la calle, y lejos del ruido que todos llevamos dentro.
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