"La tiranía totalitaria no se edifica sobre las virtudes de los totalitarios
sino sobre las faltas de los demócratas".
Calígula. Albert Camus
Podría
decirse que nos ha tocado vivir como en un enorme juego de la oca en el que el
premio consiste en pasar de fase en fase, cada vez que los que mandan dan una
vuelta al cuello de una botella. Y me toca, anclada en la fase 1, alucinar
mucho con la falta de civismo y de responsabilidad que veo cuando salgo al a
calle. Todo parece un festival. Grupos de personas caminando una al lado de las
otra, sin guardar distancia, sin mascarillas, toqueteo de productos en los
comercios, abrazos exagerados de jóvenes que se acaban de ver en una
videoconferencia pero que parecen no poder vivir sin fundirse entre los brazos
de otros que, casi con toda seguridad, quedaron ayer por la tarde. Y se me
llevan los demonios por dentro cuando veo todo eso y pienso en lo que hemos
pasado y en lo que nos queda por pasar. Puede que haya desarrollado una
aprensión tremenda a las aglomeraciones, a no saber si en la silla que queda
libre en la terraza alguien habrá pasado el desinfectante o si cuando la coja
por el respaldo para poder sentarme me llevaré el premio al trabajo, de ahí a
casa y, de un salto con tirabuzón, a casa de mi madre a quien atiendo desde
hace meses. Los expertos han empezado a hablar de que algunas personas están
desarrollando el “síndrome de la cabaña”, estoy segura que no es el caso. Nunca
me ha importado estar en casa, ni antes ni ahora. De hecho, paso tan poco
tiempo en ella que hacerlo es una novedad tan agradable que siempre me sabe a
poco. Me gusta salir, me gusta relacionarme, pero no puedo con los que ahora se
comportan como si aquí no hubiera pasado nada, como si los muertos y
contagiados fueran el attrezzo de un periodo en que nos quedamos en casa como
el que se va de vacaciones. Los aplausos era fuegos de artificios que hoy se
han transformado en insultos para algunos que han estado velando
por nosotros porque al otro lado del mundo un policía ha matado
a una persona de color. Mucha genuflexión de salón que insulta la inteligencia
y aquí, en particular, a nuestros muertos que recibieron un disparo en la nuca
por pensar diferente. El rodillazo de Bildu da ganas de vomitar. Nos
quedan muchas fases por delante, aunque ahora, a los que gobiernan, les dé por
decir que en la tercera, la última, estaremos ya incorporados a una nueva
normalidad de la que no puedo más a abominar.
La
infantilización social, la irresponsabilidad colectiva azuzada por intereses
políticos, la sociedad unida a través de eslóganes bien sonantes que contrastan
con las actuaciones generalizadas, hacen temer un futuro aciago. Temo la
siguiente fase porque cada paso adelante es un paso hacia atrás, porque siento
que algo se ha perdido por el camino y lo que creíamos haber ganado lo hemos
perdido en todos los sentidos. Hemos tenido la oportunidad del cambio y no ha
servido para nada. Los brindis al sol se alzan y la sociedad vuelve a ser tan
necia como antes de ser confinada.
No salimos
mejor, solo más blancos por falta de sol y nuestros derechos y libertades
limadas hasta dejarlas como un papel de fumar.
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