«Durante todos aquellos meses,
había tratado de no pensar en la enorme y vacía distancia entre los dos; y
ahora, esa voz lejana le hacía saber que no había pensado en otra cosa».
El permiso maravilloso. Dorothy Parker
El horizonte de un tiempo tranquilo se emborronó hace
semanas y ahora toca pasarlo como se pueda. Tapándose los oídos y la nariz para que el tufo no nos emborrache de malestar. Sería deseable poder poner el contador a cero, hacer desaparecer este año nefasto y empezar de nuevo.
Puede que con un encuentro al que abordar con un “Hola. Me alegra volver a
verte” que desande las cientos de horas que hace que te alejaste por cansancio, por necesidad, por instinto de supervivencia. Borrar para poder empezar de nuevo. Para
permitirse el lujo de reconocer errores, sin temor a tener que quedar exhausto. Para permitirse presumir de los aciertos que quedaron colgados
del hilo del silencio. La vida, a veces, es así.
Miro a lo lejos, desde aquí no se alcanza a ver el mar. El Mediterráneo corre paralelo
a esta ventana y la mirada, esclava de lo próximo, busca el recuerdo del pasado
sin que alcance a distinguir el temblor del aire caliente sobre el agua del
mar. Desde aquí todo es distinto, aunque todo sigue siendo igual. Desandar para andar y que el poder del mar limpie, aunque solo sea por unos
instantes, la desazón y el abatimiento que, sin quererlos, se han instalado al
socaire de la maldita toxicidad.
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