Le quiero como a un hermano: como Caín a Abel.
Woody Allen
Muchas veces, a lo largo de estos
días, me he preguntado qué pasaría si en este momento se convocaran elecciones
generales. No tengo la respuesta, ni siquiera puedo intuirla. España es un país
de contradicciones. Nos encontramos en el peor momento de nuestra historia
reciente.Las arcas vacías, la lealtad quebrantada, el sentido de Estado hecho trizas y una escasez enorme que va a ser imposible cubrir. La destrucción
masiva de empleo y la perdida de la esperanza en un futuro medianamente
confortable, está a tocar de la mano. La precariedad ha llegado para quedarse. Y junto al drama social que llega nos encontramos con un gobierno desleal, que juega al trile y engaña a sus ciudadanos, y
una oposición temblona que ha devenido incapaz en el contrapeso de las fuerzas políticas.
Cuando votamos pensamos en lo que vendrá mañana y en la creencia de que algunas
cosas tienen que cambiar. Las sociedades avanzan y con ellas nuevas necesidades que hay que
ir cubriendo. Pero muchas de las mejoras que esperamos,
mientras introducimos nuestro voto en las urnas, terminan olvidadas y las que
llegan, tristemente, lo hacen convertidas en una losa difícil de soportar. Los programas
electorales se han convertido en papel mojado y las alianzas, a veces tan necesarias
como letales en otras, terminan por descafeinar, incluso empeorar, las propuestas
que los ciudadanos votaron.
En la
política no existen las hojas de reclamaciones y al ciudadano solo le queda la
penitencia de esperar a que trascurra el tiempo para volver a votar con la esperanza de que la vida mejores. Pero las
campañas electorales son un engaño y nuestro voto que, por lo general busca una convivencia pacífica, limpia y prospera, vale menos que
cero. Y son los pactos, esos con los que se manejan en la trastienda de los organismos y las instituciones,
son casi siempre el principio de la decepción para el ciudadano de a pie. Así
que espero que ahora que el calor ya aprieta y parece que llega algo de tregua,
mis preguntas pasen a ser otra. Otras que me permitan sentarme en una butaca en
el patio de casa, pasando al aire y tomarme un Dry Martini mezclado y no agitado. James Bond, como
le pasa a nuestros políticos con sus programas, nos vendió un agitado que lo
único que consigue es aguarlo.
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