domingo, 14 de junio de 2020

MEZCLADO, NO AGITADO




Le quiero como a un hermano: como Caín a Abel. 

Woody Allen



Muchas veces, a lo largo de estos días, me he preguntado qué pasaría si en este momento se convocaran elecciones generales. No tengo la respuesta, ni siquiera puedo intuirla. España es un país de contradicciones. Nos encontramos en el peor momento de nuestra historia reciente.Las arcas vacías, la lealtad quebrantada, el sentido de Estado hecho trizas y una escasez enorme que va a ser imposible cubrir. La destrucción masiva de empleo y la perdida de la esperanza en un futuro medianamente confortable, está a tocar de la mano. La precariedad ha llegado para quedarse. Y junto al drama social que llega nos encontramos con un gobierno desleal, que juega al trile y engaña a sus ciudadanos, y una oposición temblona que ha devenido incapaz en el contrapeso de las fuerzas políticas. 
Cuando votamos pensamos en lo que vendrá mañana y en la creencia de que algunas cosas tienen que cambiar. Las sociedades avanzan y con ellas nuevas necesidades que hay que ir cubriendo. Pero muchas de las mejoras que esperamos, mientras introducimos nuestro voto en las urnas, terminan olvidadas y las que llegan, tristemente, lo hacen convertidas en una losa difícil de soportar. Los programas electorales se han convertido en papel mojado y las alianzas, a veces tan necesarias como letales en otras, terminan por descafeinar, incluso empeorar, las propuestas que los ciudadanos votaron.
En la política no existen las hojas de reclamaciones y al ciudadano solo le queda la penitencia de esperar a que trascurra el tiempo para volver a votar con la esperanza de que la vida mejores. Pero las campañas electorales son un engaño y nuestro voto que, por lo general busca una convivencia pacífica, limpia y prospera, vale menos que cero. Y son los pactos, esos con los que se manejan en la trastienda de los organismos y las instituciones, son casi siempre el principio de la decepción para el ciudadano de a pie. Así que espero que ahora que el calor ya aprieta y parece que llega algo de tregua, mis preguntas pasen a ser otra. Otras que me permitan sentarme en una butaca en el patio de casa, pasando al aire y tomarme un Dry Martini mezclado y no agitado. James Bond, como le pasa a nuestros políticos con sus programas, nos vendió un agitado que lo único que consigue es aguarlo.



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