Leartes. — Bien lo parece: ¿por qué no procedisteis en justicia contra estos actos de tan grave y criminal naturaleza, como vuestra seguridad, vuestra prudencia, consideraciones todas que debieron impulsaros a ello poderosamente?
Hamlet, Principe de Dinamarca. William Shakespeare
Es domingo. Miro el reloj. La franja
es buena y podría salir a comprar el pan corriendo, o saltando a la comba, pero
ni mi antigua normalidad, ni la actual, precisa de mallas y deportivas de
Decathlon. Así que me cuelgo el bolso en bandolera, cojo la bolsa de tela y me
coloco los auriculares. He rescatado un par de lista musicales que descargue al
principio de la pandemia para escapar del ruido de los datos, de las mentiras y
de las pocas ganas de escuchar a algunos. Ahora, con desinterés por algunas cosas
ya interiorizado, puedo salir de casa tarareando hacia dentro, que es la manera
en que cantamos los que no tenemos gracia alguna, cualquiera de las canciones
que llevo conmigo. Giro en la primera esquina y huyo de la marabunta diletante que ha
decidido que éste es el mejor momento para ponerse en forma. Tengo que comprar
el pan, el periódico, pedir un par de cafés para llevar, pasar por la farmacia
para reponer la mascarilla e intentar que la misantropía temporal que atravieso
no se convierta en un quiste que termine pidiendo su espacio. No quiero alejarme demasiado y en la cabeza
trazo el plano para evitar las calles más anchas y las terrazas. La gente ha
cogido con alegría la apertura de los bares y las mesas rebosan botellines de quintos
y medianas, tantas y tan pronto, que a veces me pregunto si el confinamiento no
ha alcoholizado a más de uno. Lo del hidrogel es otra cosa. El sol recalienta
el asfalto y lo deja temblón a los ojos cansados. Nos encerramos abrigados y ahora, sueltos a media
pensión, nos vestimos con camisetas que arrastran más de una y de dos primaveras.
Nada dura para siempre y menos las t-shirt de mercadillo veraniego. Tampoco la alegría
de la vida moderna y segura en la que nos creíamos vivir. Muchos comercios con la persianas cerradas a cal y canto y colas para comprar una baguette y un par de croissants. La vida se nos fue por el sumidero y
ahora queremos atraparla como podemos, mirando de refilón un futuro
que pinta negro y con la esperanza puesta en que las malas noticias no sea más que cosa
de agoreros. Invertimos nuestra ilusión en vasos de cartón del que bebemos
mientras caminamos pensando en la tarjeta de
crédito y si el mes que viene convendrá recortarla. El día es espectacular y
aunque el aire es más sano que en otros momentos, el run-run de la preocupación
y el desconsuelo juega al escondite por las esquinas de la ciudad, mientras un
tropel de criaturas se afán en pedalear por el bulevar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario