Constato que las noches son más cálidas de lo habitual, el
sofoco me despierta sintiendo el cuerpo empapado. Faltan meses para el verano, pero
en mi cuerpo hace semanas que el trópico se instala a medianoche y sobreactúa cuando,
en realidad, está entrando en su otoño a empujones. Es la nueva normalidad.
Mirlos que sobrevuelan los tejados, silencios que abruman, desesperanza en un futuro
que nos coge con el pie cambiado y con un camino que se complica, que nos
limita y amenaza con llevarse por delante buena parte de nuestras libertades.
En la nueva normalidad, la realidad se tapa con engaños, verdades a medias y
sectarismo a manos llenas. Pedir transparencia, información veraz, transparencia
y la motivación de las resoluciones que restringen los derechos de los
ciudadanos, se considera por algunos un ataque al funcionamiento (anormal) del
Gobierno. Algunos intentan apropiarse de los derechos de los otros, como si la
libertad, el derecho a la crítica no nos perteneciera a todos. El apoderamiento
de los derechos en favor de unos cuantos, con exclusión de otros, es el
principio de totalitarismos que llevan a la destrucción del bienestar social y
de la convivencia. Y me encantaría poder confiar en quienes nos dirigen,
encontrar cierta tranquilidad, pero el día a día no lo permite. En nuestra” nueva normalidad”, la política se
agazapa tras el maquillaje de los datos y vende falsedades que se destapan sin
que pase nada mientras pretenden mantenernos callados. Las hordas defensoras de la “nueva normalidad”
señalan con el dedo, intentado ocultar con la yema el brillo de la luna. Pero
la luna, como los derechos, son de todo. El hartazgo social empieza a ser
importante y con motivo.
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