domingo, 16 de septiembre de 2018

DE LA DISCRECIÓN



Y te das cuenta de que todos los escaparates brillantes, todas las modelos de los catálogos, todos los colores, las ofertas, las recetas, Martha Stewart, el Día de Acción de Gracias, las películas de Julia Roberts, las montañas de comida grasienta, intentan alejarnos de la muerte. Sin conseguirlo (…). Nadie piensa en la muerte en un supermercado.” 

Mi vida sin mí -Isabel Coixet-






Existe un tipo de personas que son capaces de llevar una vida sin molestar a nadie,  y el día que se van alguien dice aquello de “se fue como vivió, sin hacer ruido”. Vivir de esa manera, con la férrea voluntad de hacerlo bajo la discreción del que rehúye de la notoriedad,  incluso en lo cotidiano, no debe de ser sencillo. Decidir el modo en que uno vive su propia vida a veces forma parte de una lotería en la que no siempre sacas el boleto esperado, pero aun así, siempre cabe la posibilidad de que alguna pedrea permita modelarla a voluntad. Pero con lo que no cabe demasiada preparación, ni capacidad de decisión, es con el momento del final. Vivimos como podemos, a veces incluso como queremos, pero casi siempre alejados del momento de nuestra propia desaparición. La duda se mece en la incertidumbre del saber si quien te da carrete es la vida o es la propia muerte. Y le damos la espalda a nuestra propia incertidumbre, sin querer reconocer que ahí están, una junto a la otra,  como las dos caras de la misma moneda. Los hilos que nos manejan, que nos enredan, parecen alejarnos del final  cuando en realidad nos acercan a él, manteniéndonos en un engaño poco lúcido al que no queremos renunciar. Con la vida hacemos lo que podemos, con la muerte, agazapada tras una existencia que nos la esconde con la torpeza del que se quiere sordo, ciego y mudo, no podemos hacer nada salvo esperar, al menos en mi caso, que sea sin hacer ruido, sin molestar a nadie y con la cama bien hecha.







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