Jamás me comporté así de adolescente. Nunca me atreví a nada. Hice lo que debía. Y tú también lo has hecho demasiado, si me permites que te lo diga. Ojalá encuentres a alguien con iniciativa.
KENT HARUF,Nosotros en la noche
Quisimos despedirnos en la
entrada del puerto pero el tráfico lo hacía imposible. Quería evitar las
despedidas dramáticas, los adioses que se extienden en el tiempo y que parecen
atraparte sin salida. Le recoloqué el cuello de la camisa mientras él se miraba la
punta de sus zapatos. Y así ¿ahora hasta
cuándo?, me preguntó. Me dolía la cabeza y ya nos lo habíamos dicho todo, no
quedaba mucho más. Hice un gesto con la cabeza que no llegó a ver porque seguía
con la vista fijada en algún punto por debajo de sus rodillas. Le abracé en
silencio y le olí cerrando los ojos. Solo de esa manera se pueden retener para siempre algunos aromas. Crucé la pasarela, me di la vuelta y levanté la mano en
un gesto de despedida. Busqué mi butaca en una sala inmensa y me sorprendió que
no hubiera demasiada gente. El ferry siempre va lleno y lo normal es viajar entre pasajeros de voces estridente que piden cambiar la butaca porque así están
más cerca del baño, de su amigo o cualquier excusa.
Me dolía la cabeza, metí la mano en la mochila
y encontré una chocolatina. Estaba un poco desecha, me la puse en la boca y dejé que se fuera
deshaciendo poco a poco. Quizá fuera mi última provisión, no me quedaba dinero suelto y no sabía si la tarjeta de crédito podía hacerme servicio en aquella barcaza. Me
levanté para subir a cubierta y contemplar la silueta de la costa. Ahora
llegaba la hora de un hacer un inventario concreto con todo lo que con los años
habíamos perdido por el camino, para descartarlo de manera definitiva y seguir. Vino a mi memoria un atardecer junto a la playa en el que
Ramón, el hombre de la eterna mirada en los pies, recogía guijarros y los
lanzaba levantando pequeños saltos de agua que se multiplicaban por mil
mientras yo, su hermana pequeña, le aplaudía hasta que me escocían las manos. De
todo eso hacía mucho tiempo. Nos habíamos perdido por el camino y ahora, tantos
años después, una vez vaciada la casa familiar, ya no quedaba nada. El mundo
nos reclamaba, a él el suyo y a mí el mío. Alcé la vista y apreté la bolsa contra el pecho. Vi la migración de las
últimas cigüeñas.
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Los años perdidos por el camino, como las migas de pan de Pulgarcito, los come el olvido y la memoria.
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