Leve es la parte de la vida
Que como dioses rescatan los poetas.
El odio y destrucción perduran siempre
Sordamente en la entraña
Luís Cernuda
Cada vez se acostaban menos pero las veces que lo hacía casi
siempre eran de una manera concertada, aunque sin decirlo, sin palabras expresas, utilizando gestos, frases que sin decir decían. Con la
sábana aun fría cubrían el pudor y era algo extraño, después de tantos años. Se habían visto desnudos cientos de veces, pero se cubrían con
un recato incomprensible. Hacían el amor desde la distancia, sin que ni uno ni otro estuviera allí. Él rebuscaba en su cabeza imágenes sugerentes que veía por ahí y le ayudaban a mantener los escasos minutos que duraría aquella coreografía mil veces
repetida. Ella se entretenía en un pasado distinto y pensaba en cien cosas a la vez.
Se abrazaban y en ese abrazo desmayado el cuerpo se le transformaba dejándola, por un momento, colgada de sí misma. Era cuestión de unos pocos
minutos que todo terminara y con la habitación en una penumbra, continuaran su
historia de idas y venidas, de listas de compras que se reproducen cada día, de reuniones escolares y
vacaciones que no llegaban nunca. Durante semanas fingían normalidad en un proyecto infinito en el que ninguno de los dos estaba seguro si creían. Pasaban los meses mezclando la resignación
con las ganas, el amor con el descontento y los días cayendo en un saco que remendaban
como podían, con torpeza, y esperando algo que ninguno de los dos sabían lo que era.
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