domingo, 23 de febrero de 2020

VANCOUVER



“Esta eres tú, los ojos cerrados bajo la lluvia. Nunca imaginaste que harías algo así, nunca te habías visto como… no sé cómo describirlo. Una de esas personas a las que les gusta la luna, o que pasan horas contemplando el mar o una puesta de Sol… Seguro que sabes de qué gente estoy hablando, o tal vez no".
Mi vida sin mí






Sigues perdido por los rincones de tus pensamientos en un monologo que repites una y hora vez como dentro de ti. Fuera hace frío y aquí, entre las ruinas de tus sueños, buscas un pretexto para continuar rebuscando entre imágenes que inventas porque nunca han existido. No existe el recuerdo, solo una ficción que crea a tu medida y de la que te cuelgas como de un salvavidas. Y ahí sigues, un tanto aturdido, esperado que el aire se lleve la inquietud que te empacha pero que te mantiene medianamente vivo. Bostezas. La cabeza reposa sobre el brazo adormecido y ya no ves nada. Quieres quedarte ahí, quieto muy quieto, con los ojos cerrados y respirando despacio. Temes que cualquier movimiento brusco borre lo poco que has ido guardando en tu interior, para que nadie lo toque, para que nadie lo vea, para que nadie lo sepa. Entre el polvo y la nada, la luz de un fluorescente reverbera y su reflejo parece cobrar vida. Te preguntas qué queda. Te friegas los ojos hinchados y aunque sabes la respuesta prefieres seguir dormido, esperando que pase el frío, que el invierno se muera para poder volver a la calle, aunque allí ya no quede absolutamente nada.







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