Y ¿conseguiste lo que querías de la vida?
Lo conseguí.
Y ¿que querías?
Llamarme a mí mismo amado, sentirme amado en la Tierra.
Raymond Carver
Tengo cuatro notas personales entre los papeles del trabajo.
No es una buena costumbre, siempre pienso que el día menos pensado alguien
aparecerá blandiendo un trozo de papel con cuestiones aparentemente ininteligibles pero claras en toda su extensión. El estado de ánimo se graba en papel y de vez en cuando alguna barbaridad queda por ahí. Este
otoño está siendo infinitamente cruel conmigo sin poder apuntar a ningún hecho
concreto, lo que lo vuelve mucho más severo. El estado de ánimo se marchó de vacaciones con los últimos días del
verano y ahora ya no sé dónde escarbar para encontrar algo que atenúe el descontento de estos días. En
cuestión de comparativas, esta estación, habitualmente deliciosa, se parece a
un purgatorio porque el que debo transitar antes de llegar, ya no sé si al
infierno o a alguna especie de cielo al que van a parar los majaderos. Algunos dicen
que estos altibajos son normales, cosa de la química, y puede que sea verdad, aunque no
estoy demasiado segura. He empezado una toma de dos en dos de unas pastillitas
naturales que se supone me pondrán como un reloj, pero tengo poca confianza.
Puede que sea porque hoy hace frío, que
las ventanas, por primera vez en muchos meses, se entelan de vaho y que mi
cabeza, con sus persistentes cefaleas, no perdona una. No hay tiempo para
escribir más cuentos, ni siquiera una nota que perder entre subcarpetas pardas.
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