martes, 8 de agosto de 2023

TE LLAMARÉ MARTES


 

Sin pestañear, sin haber emitido ni un solo suspiro veraniego, llegamos al 8 de agosto. La primera cuarta parte del mes de vacaciones se ha ido a tomar viento sin que haya notado la más ligera brisa a su paso. Acabo "No me gusta mi cuello" de Nora Ephron. Lo empecé a finales del mes de julio, pero perdí la bolsa en la que lo llevaba y hasta ayer, en mitad de la hecatombe que supone guardar tu vida en un trastero prepago, no lo recuperé. Son cosas que pasan cuando vas de un sitio a otro, como si fueran casillas de la oca y tiras porque te toca. Las cosas están, mañana desparecen y, con suerte, vuelven a estar ya no se sabe cuándo. Así que sentada en el suelo de una casa vacía, aprovechando las dos horas de espera a las que me ha sometido el técnico de la caldera, lo he terminado. Mato el tiempo escogiendo el relato con el que me quedaría, si tuviera que hacerlo con alguno. Me decido por "Cosas que me gustaría haber sabido", supongo que porque a todos hay cosas que nos habría gustado saber ante de ser conscientes de que no las sabíamos. Me quedo con "Los secretos no existen" y con "Nunca se sabe". Pero la verdad es que esas dos cosas me las sé, aunque no sé si las he sabido lo suficientemente pronto o lo suficientemente tarde. El tiempo siempre es relativo pero la falta de conocimiento, de cierta consciencia no lo es. Hacer el panoli es muy fácil. Hacer el panoli, el canelo, el bobo, poco tiene que ver con la edad y mucho con algunas dosis mal repartidas de ingenuidad. Pero estamos a 8 de agosto. Sé que los secretos no existen; que nunca se sabe y que las cosas, con el tiempo, no siempre mejoran, pero tampoco empeoran. Los secretos solo son realidades que se intentan ocultar a otros, no siempre con éxito, aunque otros disimulen. Pero puede, aunque nunca se sabe, que algunos secretos queden bajo el cobijo exclusivo de dos cuerpos y cuatro piernas que hoy se evitan. El tiempo pasa demasiado rápido y no hay marcha atrás (ésta también debió de anotarla la Sra. Ephron, aunque tal vez también lo hizo).

El calor aprieta y, desde este suelo que he convertido en mi tablero de juego, pienso en la secreta historia que nació al socaire de un encuentro extraño que le dejó en el cuello la marca de unos dientes que apretaron un poco más de lo prudente y un poco menos de lo ansiado. Un verano que se partía entre dos juegos de piernas que se entrelazaban pese al calor, pese a la humedad y las pocas posibilidades de que de entre ellas saliera algo más que el rastro acuoso de una locura. Un secreto raro.




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