Me levanto feroz. No descarto que sea
por la pesadilla de una noche de sueño más que movido. Noche de linchamiento que
se lleva ahora, y da igual de quién o de qué hables, que estés despierto o que estés
dormido. Mal rollo total, lapidación y Código Penal a tutiplén. Aunque estos
dos últimos van por barrios en función de quién y de qué. Y me levanto feroz,
con el pelo más enmarañado que de costumbre y un dolor de dentadura que se
explica por el abandono de la férula de descanso que me mandó el dentista.
Feroz, como un caperucita que, por osmosis, se contagia del lobo fiero pero que
me dura lo que tardo para el despertador, levantar la persiana y aliviar la vejiga.
Y ahora, con menos agua en el cuerpo, pago las consecuencias de un dolor de
cabeza que vibra sin parar por desgañitarme en sueños repitiendo que ser un gañan,
un machista, un sinvergüenza y un grosero, no te coloca en la casilla del disparadero
del Código Penal. Pero, ¿Qué más da? La consigna está en la calle para que abreve
la muchedumbre pastoreada por los eslóganes de rigor y se haga política de todo que es lo que ahora se lleva. Vivir en la confrontación
del que opina contracorriente es agotador, incluso en sueños. Así que después
del primer café de la mañana, mientras intento recolocar la mandíbula como
puedo, pienso en la mascarilla natural para el encrespamiento capilar, las pocas
ganas que tengo de hacer nada y lo mucho que me está gustando “La primera mano que sostuvo la mía”, de Maggie O’Farrell. Ahí lo dejo, para que puestos a perder el tiempo, al
menos se pierda en algo bueno y menos fiero.
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