domingo, 22 de mayo de 2022

SOMOS UN MOJÓN

 




La decisión sobre la edad que marca la falta de responsabilidad penal por la comisión de un delito no es más que una decisión política criminal. En este país está fijada en los catorce años de edad. Sin embargo, desde un punto de vista social, incluso ético y moral, esas limitaciones no encuentran fácil acomodo porque un menor, aun sin alcanzar la mínima edad establecida para reclamar su responsabilidad, el alcance de los hechos que comete activa, incluso pasivamente. Los niños saben distinguir lo que está bien de lo que está mal. 

A menudo, de discute sobre qué edad es adecuada para el reconocimiento de determinados derechos. Y se discute mucho sobre todo ello. Pero se discute muy poco, prácticamente nada, sobre las obligaciones que esos mismos menores de edad, no siempre niños, pueden tener. Se olvida con frecuencia que los derechos deben ir parejos a las obligaciones y que el discurso perverso que ensalza unos y soslaya la existencia de las otras, es perverso y aboca a la sociedad al fracaso. Las muestras las tenemos ya sobre la mesa. Educar de una manera cívica debe partir del reconocimiento de ambas cuestiones: los derechos y las obligaciones que son, en definitiva, las dos caras de la misma moneda. Pero vivimos en unos tiempos de una constante reivindicación del derecho y de la huida de la obligación y este panorama lo estamos trasladando a los más jóvenes.

Tengo muchas dudas sobre la edad a partir de la cual una persona no necesita ser asistida, acompañada, incluso en algunos casos, tutelada en la toma de decisiones o en el ejercicio de sus derechos. Hay decisiones que una vez tomadas no tienen vuelta atrás y sus consecuencias, para bien o para mal, acompañarán durante largo tiempo y condicionarán de una manera fundamental el futuro de aquella persona sobre la que recae incluso sobre su propio entorno. En el mismo tablero de la duda, coloco la cuestión de la responsabilidad, incluso penal, de los menores. Son demasiadas dudas que precisan de un debate honesto y en profundidad para cambiar el paradigma actual. Puede que el primer paso para un cambio verdaderamente fundamenta, esté en comprender que una sociedad fracasa cuando no se cuestiona la idoneidad de un sistema que se ha mostrado nefasto en la salvaguarda de la educación y valores sus jóvenes; que fracasa cuando da por buenos comportamientos inaceptables pero que se admiten en función del color político que se posiciona junto a ellos. Como sociedad somos un mojón y, hoy por hoy, no hay visos de que la cosa vaya a mejorar.



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