No existe semana en la que no recordemos hechos, casi siempre luctuosos, que han pasado en algún momento del que se estima es la vida del ciudadano medio. El día en que un avión se estrelló contra las torres gemelas; el día que reventaron los trenes en Madrid; el día que le descerrajaron un tiro en la cabeza a Miguel Angel Blanco; el día que Filomena dejó a Madrid encerrada entre nieve y descontrol. Ni un solo día durante el que no podamos recordar algo tremendo que durante semanas nos tuvo el pensamiento ocupado, el ánimo decaído y la sensación de que el mundo dejaba de ser lo que era para ser otra cosa distinta, casi siempre peor.
En los dos últimos años acumulamos sucesos que nos recuerdan que somos mínimos, insignificantes. Seres enanos arrastrados por el barro de los acontecimientos. Una pandemia que mata, pero que ahora ya poco, según dicen; un volcán que sepulta la vida de unos cuantos y hemos olvidado; y una guerra que nos desveló una madrugada de invierno y hasta ayer parecía imposible. Europa se llena de muertos y son los nuestros. ¿Quién lo iba a decir? En el siglo XXI se mata como siempre, llevando a cabo carnicerías que superan la razón y el estómago de cualquiera que se considere un ser humano. ¿Dónde estabas cuando llegó el horror? Creo recordar los lugares en los que me encontraba cuando pasó cada una de las cosas que menciono. Pero el tiempo corre muy rápido, a veces tanto que es imposible que los recuerdos se fijen de una manera clara y terminan desvaneciéndose poco a poco, confundidos entre las cosas de otros que nos cometan, que nos dicen, y que hacemos nuestras sin que lo fueran. Imágenes desvaídas de una realidad que olvidamos a la misma velocidad que el chasquido de dedos.
La pregunta equivocada: ¿Quién nos iba a decir que el mundo reventaría de nuevo? Nunca ha dejado de hacerlo. Nos confiamos, nos acomodamos y terminamos por embrutecernos bajo la apariencia de una civilización prospera, sin darnos cuenta que hay mareas que reculan para avanzar y ahogar sin clemencia alguna. Dejamos que la maldad siguiera campando a sus anchas y ahora, con nuestra propia miseria a cuestas, no nos queda otra que intentar no olvidar quien somos y qué es lo que queremos.
Bueno, Anita. El mundo, estadísticamente, cada cierto tiempo, tiene que reventar. Es una extraña lógica matemática. Por cierto, se ha intentado descifrar esa lógica desde siempre -ahora, incluso, con la potencia de cálculo de los ordenadores-, pero nunca se ha acertado. Supongo que es un designio bíblico, vete tú a saber.
ResponderEliminarA mí todo esto me hace bola, la verdad.
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