Digamos que no he cumplido ni uno solo de los planes de los que en febrero pensaba para estas vacaciones. Digamos que la responsabilidad la tuvo un segundo contagio de covid, un susto, la falta de previsión, las dudas y un simpar incremento de la vagancia. Durante días he dejado el piloto automático puesto. He dejado que las cosas fueran solas, que fluyeran y fueran como tuvieran que ser. El pensamiento ordenado quedó aparcado para que el desbarajuste campara a sus anchas, como de vez en cuando es preciso. Me he empachado de cosas buenas, entre ellas, de Charles Lloyd y de agua con gas. Ahora, a cuatro días de la vuelta al mogollón, la pereza se ha instalado dentro de mí y ni con un sacacorchos creo que pueda sacarla fuera. Pero aún así, he decidido comenzar la descompresión para disimular la debilidad en el empeño de la vuelta. La haré poco a poco, muy poco a poco. Mañana me pongo a lo mío, aunque sólo sea para que la indolencia empiece a plegarse a un lado y consiga aparcarla en el armario ropero durante algún tiempo para dejarla allí y que, de aquí un tiempo, florezca y produzca la futura nada ociosa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario