Esta semana he leído un par de veces sobre la maldición
de comenzar un texto con una cita. Pero yo no sé nada. Nada de nada y dudo
de casi todo, incluso de los que establecen maldiciones siguiendo cánones que
alguien estableció y nos creímos sin rechistar. Llegados a ese punto, me
tropiezo con un artículo que empieza con un «No hay dos sin tres» y
de manera automática me digo: ¡Ah!, fatalidad. Cita al canto. Pero después
caigo en que esta frase hecha no es una cita en sentido estricto, sino una
frase detestable con motivo y con razón. Pocas cosas pasan una sola vez en
la vida más allá del nacer y el morir. El resto de acontecimientos, tanto los
buenos como los malos, pueden sucederse, o no, tantas veces como a la vida le
dé la gana. Cero, dos, tres, incluso cincuenta y tres. La probabilidad de vivir
un amor apabullante, replicar un cáncer, ganar la lotería, vivir una guerra, o
parir un hijo muerto, es tan aleatoria que el «No hay dos sin tres», puede
convertirse en una sentencia del horror anticipatorio incluso para lo genial. Por
eso cerrar el suplemento, limarse las uñas y dejar que la probabilidad de la
sucesión de hechos vaya a su bola, es una opción más que deliciosa. Toca mantenerse en ese estado de fijo-discontinuo en el
bienvivir mientras se pueda, y guardarlo en el recuerdo porque cuando llegue
septiembre, que llegará, esto no lo arregla ni Dios.
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