miércoles, 22 de junio de 2022

NIEVA EN AMSTERDAM


 

Pago con la tarjeta de crédito y salgo a la calle con un adiós que nadie contesta. He llegado antes de hora. Subir ahora sería descortés. El tiempo es un bien preciado y llegar tarde es tan descortés como llegar demasiado pronto. Me siento en las butacas del portal y espero. Echo de menos un portero, un conserje, que me pregunte a qué piso voy o si estoy esperando a alguien pero nadie manda en esta plaza. En el mostrador se acumulan los folletos de publicidad. No entra ni sale nadie. Me reclino un poco y miro el teléfono. Falta una eternidad. Quizá debería salir a la calle, dar una vuelta a la manzana, tomarme un café, otro más, y volver en un rato largo con una especie de resaca dominguera que me mantenga un poco ausente mientras intento que otros resuelvan lo que yo he venido a hacer. Pero me puede la vagancia, el calor y la necesidad permanecer sentada sobre los faldones de la chaqueta de lino para que alguien, si tiene valor, cuando me levante con la ropa hecha un cristo me diga aquello de que la arruga es bella.



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