Pienso en llamarle. Tengo el firme propósito de hacerlo. De hacerlo de inmediato, sin dejar pasar más tiempo. La vida es breve, me digo. Espero un poco, quiero calmarme y no quiero hacerlo en mitad de la calle. Me distraigo y oigo mal. Pero no voy a esperar más. Hoy llamaré. Llevo demasiado tiempo dejándolo para más tarde. Dudo si aun conservará el mismo número o si lo habrá cambiado. Hace mucho que no sé nada. Me tiembla la mano, me tiemblan las ganas. Igual ha muerto y yo sigo aquí, pensando en marcar su número y no carraspear si descuelga. Mientras voy dándole vueltas, llego a casa, tengo que recoger algunos papeles y volver al trabajo. A mediodía, vuelvo sobre la idea, un poco menos entusiasta que esta mañana, de llamar. Pero llega la noche y no llamo. Me aturullo, me agobio, me canso y me rindo. Sacudo la mano que se me ha dormido y ahora ya sé que hoy tampoco voy a hacerlo. El aire vuelve frío y no me queda batería.
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