Guardó el paquete de cigarrillos en el bolsillo. No quería fumar y quería fumar
al mismo tiempo. No debía, pero quería. Las ganas le iban por libre y, cuando
menos lo esperaba, la mano revolvía hasta dar con la cajetilla. Solo cuando la
tenía sujeta se arrepentía y recordaba que no debía, aunque quisiera. Te falta
voluntad, se dijo. Era cierto, no solo el evitar fumar le provocaba ese tormento que le rebotaba por dentro y le devolvía el mensaje de su poco fuste, de su
tendencia a no soltar lo que sabía que no debía retener. Por eso estaba así, doblando
cigarrillos para no fumarlos, revolviéndose en la cama cada vez que su ausencia
se convertía en un peso en el pecho que solo se aliviaba si fumaba un poco. Todo
un plan. Bebió un vaso de agua y salió a la terraza. Contó hasta cinco aviones,
dos aterrizaban, tres despegaban. Vivir cerca del aeropuerto siempre le pareció
una idea nefasta, hasta que dejó de dormir y el entretenimiento pasó a ser intentar
identificar la compañía aérea. Demasiado avión para ser tan pronto. Demasiado
rápido todo, demasiado funcional, demasiado precario. Volvió a la cama, se tumbo
sobre ella y simuló formar volutas. Quería fumar y ya ni los aviones le servían.
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