Sam Shepard en mitad de
la pantalla y yo, que ya no necesito excusas, ni cuestionarme nada porque ya
nada tengo, recuerdo un futuro
aventurado que sabía que no llegaría nunca aunque a ratos jugásemos a ser como
Willem Schouten, a aventurar que llegado el momento de las tormentas nos
sujetaríamos al palo mayor y sortearíamos el Cabo de Hornos sin que la silueta
de la isla Hoste nos engañara y nos mantuviera a la deriva. Nos entretuvimos
imaginando que al cruzar Kaap Hoorn, casi desfallecidos, prenderíamos de
nuestros lóbulos dos aros bien dorados que nos recordarían para siempre que,
pese a todo, a los avatares que pretendían destruirnos, conseguimos atravesarlo
y que el dolor en los músculos de uno siempre sería el bálsamo del otro.
Nos cruzamos de nuevo, lejos de
archipiélagos imaginados. Llevo dos diminutos pendientes, escondidos por el
cabello, que poco tienen que ver con aquella quincalla imaginada.
No veo al dramaturgo de Illinois,
veo lo que un día quise. Una cabaña, un proyecto entre manos, una cámara
fotográfica, tiempo y una manta gigante tejida de lana. Pero ese futuro, que se amarraba con cabos más
que frágiles, se hundió en las frías
aguas atlánticas sin que la tensa línea de vida con la que nos habíamos amarrado, con aparente fuerza, sirviera para nada.
Así son las cosas. Y ahora, después
del tiempo, sé que me lucen mejor los pendientes sujetos a la carne, la misma que un día tuvo jugando entre sus dedos.
Puede que empiece a pensar que los mejores ojos siempre han sido los que se pierden por los recovecos de los recuerdos inexistentes, aunque, pensándolo bien, en este caso, ésta es una buena fotografía de Sam Shepard y quizá vale la pena entretenerse solo en lo que el ojo físico ve, aunque al final se despiste y vea un futuro inexistente, caduco y abocado al olvido.
Puede que empiece a pensar que los mejores ojos siempre han sido los que se pierden por los recovecos de los recuerdos inexistentes, aunque, pensándolo bien, en este caso, ésta es una buena fotografía de Sam Shepard y quizá vale la pena entretenerse solo en lo que el ojo físico ve, aunque al final se despiste y vea un futuro inexistente, caduco y abocado al olvido.
Vemos lo que queremos ver. Es el ojo despistado,
imaginativo, adulterado y hambriento.
Pasar el Cabo de Hornos es una gran prueba.
ResponderEliminarDe Sam Shepard siempre se me viene a la cabeza (sus entradas perfectas), y sobre todo: Paris, Texas.
Siempre es agradable estar por aquí leyéndote.
Un abrazo.
Y para mí siempre es un gustazo saber que estás ahí. bss
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