"Alicia estaba sentada en un banco del jardín, cuando de pronto vio a un conejo que decía: -¡Dios mío! ¡Voy a llegar muy tarde! Y se alejó rápidamente".
Dicho lo cual, concluyo que en este momento, el conejo soy yo. Que no me da la vida y la echo de menos, porque se me escapa a pasos agigantados. La cosa no me da para más. Las horas del día deberían poder multiplicarse por tres, pero no para trabajar, sino para vivir sin trabajar, para rascarse la barriga una y mil veces. Pero lo que no puede ser, pues no puede ser y además es imposible.
Y sigo porque, aunque me gustaría seguir gastando el tiempo del que no dispongo, estos días no puedo, no me llega, no me da, y me acaba de pasar otro maldito conejo que ya me lleva delantera y la vocecita interior grita: "corre, coño, corre".
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