miércoles, 24 de abril de 2024

OPS

 



La vida moderna me ha traído los auriculares al aire. Es una buena cosa cuando te acostumbras. Vas con tu música por ahí con la seguridad de que no vas no morir atropellada por no haber escuchado como se acerca a toda velocidad un patinete o una bici porque, con estos artefactos, puedo oírles llegar y esquivarlos con soltura, mientras un piano y una trompeta me recuerdan que el cielo también puede estar en la tierra. Y que, si queremos seguir vivos, vivos de verdad, lo mejor es optar por aquello que nos facilite los momentos de felicidad, aunque sea de manera mediana. Con los años, el nivel de exigencia baja, o puede que lo que baje sean las expectativas y seamos capaces de disfrutar de cosas sencillas a las que antes apenas dábamos importancia. Nos parecían tan normales y corrientes que las dábamos por amortizadas antes de darles la oportunidad de que nos alegraran el día desde su pequeñez y normalidad. Puede que, precisamente por eso, cuando cruzando Consejo de Ciento, ha saltado la pista, y las primeras notas de "Signal on the hill" han vibrado, se me haya alegrado el corazón sin mayor razón o motivo que la posibilidad de estar allí en ese mismo instante, en mitad de una calle disfrazada de mundanidad, con un sol de primavera que calienta, pero no demasiado y escuchando lo que le ha dado la gana al azar de la lista de Spotify. Y así, sin más, incluso el aire corre con gracia cerca de mis oídos.


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