domingo, 17 de febrero de 2019

CUATRO MANERAS ESTÚPIDAS DE HACER EL ESTÚPIDO



"De la tragedia griega el hombre puede aprenderlo todo, porque son fuentes de conocimiento y fundamentación; las tragedias rusas son siempre desconcertantes y le dejan a uno mucho más confuso de lo que estaba".
Andrés Trapiello, Santa Rusia






En los tiempos que corren es fundamental no dejarse ganar por el ruido. Puede que precisamente por eso y, también, porque los más cercanos me pidieron casi a gritos que dejara de significarme durante unos días,  es por los que, en las últimas semanas, me he reservado la opinión de muchas de las cosas que estamos viviendo. Pero es difícil, supongo que por eso, aunque no lo quiera, acabo hablando del ruido como ejemplo claro de lo que llena las redes sociales, las cabezas y la mayoría de lugares que piso. En estos días de retiro, necesario y autoimpuesto, he pensado mucho en lo que es la libertad, la igualdad, la legalidad y la fraternidad. Cuando lo conté, alguien me dijo ¡Coño, Noire, pensando ahora en la revolución francesa! Y puede que algo sí, pero casi todo no, porque lo único que la que suscribe tiene de afrancesada es la tez blanquecina y el gusto por quesos normandos y un buen vino de burdeos. Pero aun así, mientras me debatía entre ese silencio rogado y las ganas de salir corriendo, el runrún de decir unas cuantas cosas iba llenando parte de mis días y algunas de las noches. El insomnio es mal compañero, cualquiera que duerma poco lo sabe, y acaba creando monstruos que terminan siendo grandes como armarios roperos. Pero no pienso contribuir al ruido. Otros lo hacen mejor que yo. Cada día tengo más claro que quisiera poder dedicar mi tiempo a hacer más bien poquito, a recuperar a alguna gente que dejé por el camino, a perder peso, a repartir ganas de hacer cosas que en estos momentos me sobran. Quisiera poder escribir cartas, muchas cartas. Pero vivimos tiempos raros, deglutidos por la tiranía del trabajo, de la vida urbanita y de una política que nos desgasta tanto como nos atrae. Pero mañana es domingo, o puede que solo sea lunes, pero yo tenga unas ganas inmensas de que sea domingo otra vez, de recuperar algo de tiempo perdido entre las sendas del desconcierto y volar, volar entre los renglones de las cosas que me apetecen mientras aparco las que me obligan. Y quisiera que algunos dejaran de marearnos, que nos permitieran ser verdaderamente auténticos, y que la clase política de este país se fundiera en negro y una nave espacial nos trajera algo mucho mejor que lo que ahora tenemos. Pero para que eso pasara, nosotros mismos tendríamos que desaparecer, porque ellos, los que se sientan en el Parlamento, son el reflejo fiel de la sociedad perdida y escabrosa que somos. El tiempo de las cosas estúpidas está aquí, nos rodea y nos disparan directas a la cabeza para dejarla absolutamente muerta. Mientras tanto sueño con islas pequeñas, libros pendientes, cartas que aplazo sin día, y en la tan necesaria libertad, legalidad e igualdad, que alguien puede pensar que es algo muy francés pero no, porque son más internacionales que el concurso de Eurovisión y tan necesarias como el aire que respiramos.


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