domingo, 10 de noviembre de 2019

LA PESTE




"Las tragedias griegas contienen un germen de grandezae enel que millones de seres humanos, sin importar su condición, se reconocen a lo largo de los siglos".

Andrés Trapiello. Negocios pendientes





Si alguien cree que lo que está sucediendo en Cataluña es una situación aislada, que no puede reproducirse en ningún otro lugar del país, va listo. Alguien puede pensar que la “revuelta” contra el Estado, como la que se está viviendo, es algo ligado al concepto de nación, a los falsamente denominados rasgos diferenciales que unos creen tener frente a otros, y que les convierten en seres superiores con respecto de los demás, pero no. Lo que está sucediendo tiene muy poco que ver con la existencia real de diferencias, que puede que las haya, igual que un señor de Barcelona las tiene con uno de Torelló, o una señora de Viladecans con otra de Matadepera. El problema catalán, como algunos le llaman, es meramente económico y de poder, con un trasfondo clasista, xenófobo que se evidencia a cada paso que da. 
Los dirigentes políticos de la derecha catalana más rancia se vistieron los ropajes del ultraje y el ninguneo del Estado para cubrir el constante robo al que tienen sometido a sus ciudadanos. Pujol, como Presidente de la Generalitat, junto con su familia es, con diferencia, el ejemplo del político ladrón que esconde su desfachatez y comportamiento criminal bajo los sentimientos enfermizos del fanatismo regional que consigue, de manera incomprensible, engatusar a la gente que le sigue incondicionalmente y sin cuestionar nada, como aquellos ratones que, encantados por el sonido de la flauta del de Hamelín, acababan ahogados en el río.

En estos momentos confluyen en Cataluña dos realidades bien diferenciadas, las de aquellos ciudadanos de los ocho apellidos y posición económica desahogada y la de los García y Pérez de toda la vida, que quieren hacerse perdonar la falta de pedigrí que consideran fundamental y que pretenden que les distinga de otros a los que desprecian desde la tozuda realidad que les aplasta de ser despreciados por los primeros. Y ambas realidades cierran el circulo de la misma necedad, absurda y peligrosa, que supone el supremacismo que defienden. Estas dos realidades se funden en una sola cuando apoyan lo más retrogrado que hoy en día podemos encontrar en Europa, esto es el nacionalismo más excluyente. 
La ensoñación de unos cuantos contra la realidad de otros muchos es la distancia con la que se acabará midiendo el desastre al que al que nos vamos acercando peligrosamente. 

Nadie, en un país que anda a la deriva, está a salvo de caer en manos de una “revolución” que tienden a replegarse y a la eliminación, social y física si es preciso, del vecino de enfrente al que considera menos que él. La cruzada que se han iniciado en Cataluña por los independentistas, con el apoyo de aquellos que viéndolo de lejos quieren sacar rédito del demérito que supone el nacionalismo, es tan viejo como lo de azuzar el árbol para que otro recoja las nueces. Una deriva inconsciente y resbaladiza. Pero hay parte de la sociedad que anda ciega y sorda, a la que es sencillo engañar con cuatro conceptos intrínsecamente buenos, maleados hasta el hartazgo, para conseguir que se sumen a una causa que solo conlleva un retroceso no solo en lo social y lo económico, sino también en cuanto a seguridad y libertad, así como la perdida progresiva todos aquellos los Derechos Fundamentales que tenemos en este momento. 

Cataluña solo es el laboratorio de pruebas, la peste se extiende mucho más rápido de lo que algunos quieren ver.



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