Apenas se escuchan risas. Parece que hay pocos motivos para reír y los cuerpos ya no explotan en carcajadas que transformaban el ambiente y lo llenaban de una buena onda que conseguía que, por unos minutos, todo fuera mucho más amable y menos raro. Pero no estamos para risas y nos marchitamos mientras vamos mirando a un lado y a otro con cara de desconsuelo, preguntándonos cuando acabará esta situación que nos tiene en jaque y con el paso cambiado. Ya no nos salen las risas. Jugamos al “Veo tristeza y sumo dos” que es un póker sin fin en el que nos cocemos día a día. Pero el estado natural pelea y busca consuelo como puede. La necesidad de evitar que la desolación siga expandiéndose de una manera abrumadora desvela la existencia de sonrisas que se intuyen bajo las mascarillas. Sonreír ya no es un gancho, es solo el efecto positivo de lo que nos pasa por dentro. Una especie revolución, un tanto oculta, que nos humaniza y calma un poco.
Eso de las risas es verdad.
ResponderEliminar