Camino del trabajo paso por una cafetería,
una floristería enorme y una agencia de tránsito. Un negocio junto al otro, como
si se tratara del segmento que es la vida. Ayer tomando un café y ahora ya esperando
turno para que te trasladen al nicho familiar, previo paso para arreglarse el
pelo antes de emprender el último viaje. Y es que la agencia de tránsito, que
cualquiera podría pensar que se trata de una agencia de transportes, no es más
que una delegación de una de las funerarias de la ciudad. El signo de los
tiempos es evitar todos los términos que tengan connotaciones negativas. En lo
de morirse la cosa no iba a ser menos. Pero el negocio parece que va bien y aunque
lo de caerse del cartel de manera definitiva sea un asco, la apariencia de los
que te van a dar el último billete es de una hermosa mundanidad. Algunas
mañanas, cuando voy con tiempo, pienso en entrar y tomarme un café, pero
siempre desecho la idea. Y no es porque el negocio tenga mal aspecto, todo lo
contrario, pero no quiero jugármela con el destino y que éste piense, mientras
sostengo la taza, algo como que “morirse nos viene al pelo” y termine calva más
pronto que tarde. Así que paso de largo, escapando de la trampa que supone la belleza
tentadora de las luces cenitales y los flores a medio abrir. Acelero el paso y solo cuando veo la
lavandería autoservicio, con un aspecto corriente casi ramplón, respiro pensando
que de momento vamos ganado.
Las cosas del morirse son especiales, y como muy bien narras, están cubiertas de esa capa supersticiosa. Lo describes muy bien.
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