sábado, 29 de junio de 2024
DIARIO 3.0
domingo, 9 de junio de 2024
DIARIO 3.0
I.- Que los periodistas muchas veces se inventan cosas, no es algo que se pueda refutar fácilmente, bien al contrario. No hay día que no se manipule información y noticias con tal de arrimar el ascua a su sardina. Nada nuevo bajo el sol, solo que, en estos momentos, lo que debería ser una excepción a un deber general de información veraz, se ha convertido en lo habitual, lo que no deja de ser algo tremendo si tenemos en cuenta que, en la era de la información, la desinformación gana por goleada. Si a esta gran deficiencia (que no es más que una absoluta dejación del deber ético del periodismo), se le unen las pocas ganas y la escasa posibilidad que a veces tiene el ciudadano de contrastar lo que se le lanza desde los medios, la manipulación se consolida y convierte a los ciudadanos en un rebaño, más que en una sociedad pensante y con criterio. Lo vivimos a diario. Casi nada de lo que sucede en el mundo encuentra una explicación clara y, mucho menos, una explicación veraz. En la era de la polarización universal todos nos hemos convertido en geopolíticos, estrategas, analistas financieros y conocedores de los sistemas legales por muy remotos y lejanos que sean. No importa. El papel, y quien dice el papel, dice la red, lo aguanta todo, al menos durante un tiempo y mientras haya alguien que esté dispuesto a tragar cualquier cosa. Ahí lo dejo.
lunes, 3 de junio de 2024
FRIVOLITÉ
Mostrar al mundo lo guapo que uno
se siente debe ser un ejercicio agotador. Desde mi mesa, mientras me tomo un
sándwich para comer, aunque bien podría ser casi la cena dada la hora, veo a
una mujer de edad indefinida sentada en unas mesas más allá. Está sola. Se muestra
atenta a su alrededor, vigilante, hace gestos extraños, movimientos rápidos,
como si quisiera que nadie la viera. Con una mano sujeta el móvil y coloca la
otra sobre su hombro mientras ladea la cabeza y hace un mohín. Saca un lápiz de
labios y se los repasa sin necesidad de espejo. Vuelve a coger el móvil y casi
me parece escuchar la ráfaga de fotografías, aunque las cámaras de hoy son
mudas. Después teclea muy rápido, muy seria y vuelve a dejar el teléfono sobre
la mesa.
Puedo intuir el destino de las fotos y no creo equivocarme mucho si aventuro que acabarán en alguna red social en la que intentará mostrarse estupenda y bastante más alegre de lo que parece estar cuando acaba el carrusel fotográfico. En la era del postureo hasta los seres más corrientes buscan un minuto, a veces un segundo, de gloria. Nadie está a salvo de cierta vanidad, aunque creamos lo contrario.
Intento recordar la última vez que me hice un selfie. Fue hace poco. Nos juntamos para recordarnos que la Tena Lady no es un problema; que los hijos son ellos y no nosotros; que cuando la regla desaparece algo nuevo y chispeante llama a tu puerta y suele ser en forma de calambres en las pantorrillas, algunos sudores nocturnos y el alivio de los embarazos a destiempo. Así nos hicimos la fotografía, mirando al enano objetivo de un teléfono móvil y doblando los dedos como si quisiéramos ahuyentar la mano negra que a veces se arrima con mala leche. No la colgamos en ninguna red. Nuestra necesidad de notoriedad está seca como la pata de un banco.
Mientras pienso en eso, me acabo el emparedado de atún que ahogó con un café aguado. Veo a mi vecina recoger sus cosas y contestar al móvil con un lacónico “Estoy llegando. Compra algo para la cena de los niños, que yo paso por la tintorería”.
Marilyn, inmensa en la soledad de la cafetería, tiene una vida corriente como la de cualquiera, aunque su mano desmayada y los morritos fruncidos, busquen cosechar cientos de falsos “likes” en la internetes con los que aliviar la necesidad de frivolidad.