Querido John.
Si quisiera ponerme espiritual
diría que pronto cumplirás años allá donde estés. Pero me queda poca
espiritualidad. Creo que la quemé casi toda la última vez que sople las velas
de ya no recuerdo que cumpleaños. Debí desear algo que hizo plof y se me acabó
la mecha.
Ayer, mientras desde la azotea de la oficina, vi una bandada
de patos volando hacia el sur. Puede que hagan parada en los humedales
que hay cerca del aeropuerto, aunque puede que con suerte se desvíen y esquiven
la mala fortuna de terminar sus viajes machacados por la turbina de un avión.
A veces, la turbina de un avión
puede que no sea mala cosa. Si me escucharas decirlo, te reirías ante la
brutalidad y la dramatización de algo que ya no digo, para que no crean que tengo
unas intenciones suicidas que no he tenido nunca.
Llueve. Aunque debería nevar por
el frío que hace. Frío por fuera y frío por dentro. Que la cosa se nos ha
puesto menuda y desde que ya no estás para mí, la temperatura ha caído unos
cuantos grados y ya no los levanta ni Dios. Siempre quise saber más y en la
sinrazón estaba una razón que me escondiste siempre. Menudo lío. Pusiste patas
arriba el desván y te fuiste dejándolo hecho unos zorros. Eso no se hace.
Después ya no hubo quien volviera a colocar la quincalla donde tocaba. Diría
que la vida se convirtió en un festival que a mí, durante un tiempo, me dio poca
risa. Ahora ya no lo sé.
Querido John. Nadie nos avisó de que la vida era eso que iba
pasando mientras se producía un escape en el agua del piso de arriba que
destrozaría la mitad del tuyo como una representación hostil de la propia vida. Tampoco nos avisaron de que a padre o a madre, da
igual, se le iría la cabeza hasta el punto de que verían en ti a un desconocido
lejano y fiero. Y olvidaron advertirnos, también, que ese hijo, fruto de un
corazón ansioso y una tripa ahora ya seca, te odiaría a ratos, con la
ferocidad de una adolescencia que intenta encontrar explicaciones donde no las
hay y que tú nunca le podrás dar. Querido John, menuda barbaridad de década. Esto
sí que es una conga.
Siempre tuya.
Grace
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