viernes, 28 de febrero de 2025

DIARIO 3.0


Acabo de confirmar que no estoy en el mejor momento. Una chiquita me ha dejado sentar en el autobús. Lo peor es que he aceptado el asiento. Menopáusica precoz agradece el gesto de la mujer menstruante. Todo llega, hasta los asientos libres.

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Puse la lavadora en un programa corto. Quería ponerme aquel jersey de lana que aún estaba en el cesto de la ropa sucia. Aproveche y puse alguna cosa más. Subí un pelín la temperatura. Horror, ahora puedo vestir a la Nancy y empezar a pensar en ir de compras.

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Pido lo de siempre. Un café solo, un vasito de agua (la de Madrid es la mejor del mundo) y unas tostadas con aceite.  Quizá me faltó insistir en el “con aceite” no “bañadas en aceite". Al precio que va el aceite, podría revender el sobrante y forrarme.

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Hoy he soñado que nos volvemos a ver. ¡Qué alegría, qué ilusión! Quedamos en charlar durante la pausa. Se sienta en primera fila, yo en la cuarta o quinta. En lo que se supone que son dos horas después, levantó la cabeza y ¡Oh! Voló. Menuda estafa de sueño. He estado a punto de pedir la hoja de reclamaciones, pero no.


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Me dicen que está empoderadísima. Me alegro. Ruego que la feliciten de mi parte y que le recuerden que, cuando va al baño, tiene que tirar de la cadena y bajar la tapa.





domingo, 23 de febrero de 2025

LLUEVE SOBRE BERLÍN


 

Estuvo lloviendo toda la noche.  El cielo se había ido ennegreciendo desde primera hora de la mañana y no había dejado de empeorar hora tras hora, hasta convertirlo todo en una mancha borrosa, indefinida y pegajosa. A esas horas, apenas había nadie en la calle y el sonido del viento atravesando las calles no hacía más que confirmar que esa mañana tampoco iba a ser gran cosa. Desde la ventana veía avanzar el tráfico de una manera lenta, casi quejumbrosa y se alegró, por primera vez, de no tener que salir a trabajar. El viernes le habían entregado la carta de despido, agradeciéndole los servicios prestados y reconociendo que, pese a la improcedencia de su destitución, su futuro más inmediato era la calle o, lo que para ella era peor, la incertidumbre de no saber qué iba a hacer con su vida ahora que todo había reventado. Al llegar a casa se descalzó junto a la puerta, dejó las llaves en el mueble de la entrada y se derrumbó en el sofá esperando que dieran las cinco para ir a recoger a Luisito.

Fue entonces cuando empezaron a caer las primeras gotas y fue en aquel momento cuando pensó que no tenía que apagar el móvil de trabajo porque lo había entregado. Ya nadie iba a molestarla con no sé qué cosa de última hora. Le entraron ganas de vomitar y por un segundo pensó en dejar que el cuerpo se aliviara allí mismo, pero corrió al baño y depositó en el inodoro el desconcierto y el pánico a lo que venía.

Se miró en el espejo y el reflejo le devolvió la peor imagen de sí misma. Menudo panorama.  Miró el reloj y pensó en lo despacio que pasa el tiempo en algunas ocasiones. Se lavó los dientes y se secó los labios con el dorso de la mano, arrastrando los restos de carmín que aún le quedaban. Con el pensamiento desordenado era incapaz de comprender qué había pasado. Pero ella misma se contestó, había pasado lo que siempre pasa, que a los peones se los meriendan antes de las seis. Si pudiera, colaría su mano en su interior y se arrancaría las entrañas. Caminó descalza hasta el dormitorio, se colocó la camisa por dentro de la cinturilla y se recogió el pelo. Volvió a mirar el reloj y recordó que Luisito estaría con su padre durante los próximos cinco días. No tenía nada que hacer, nada de nada. Apagó el teléfono, se sentó en la cama, abrió la mesilla de noche y, a la misma velocidad con la que tragaba un par de pastillas, se metió en la cama completamente vestida. Se fundió en negro.

Se despertó con la boca seca y un tanto desorientada. Bebió un vaso de agua, tragó dos pastillas más, volvió a la cama y se tapó la cabeza hasta quedarse dormida. Fuera, la lluvia seguí cayendo y las calles seguían grises e imposibles. Continuó durmiendo sin soñar nada y solo al cabo de casi cuarenta y ocho horas se levantó con el sonido de la lluvia intermitente.  Se levantó despacio y abrió la ventana. Desde ahí, vio como el tráfico avanzaba lentamente y se alegró de no tener que salir a trabajar. Necesitaba una ducha urgente, un cambio de ropa, saber que su hijo estaba bien y vomitar, una vez más.



domingo, 2 de febrero de 2025

SALVELINOS

 



Te levantas con tos. Pensabas que te habías librado, pero de esta no se salva ni Dios. “Resfriado is comming”, reza en el frontispicio de este domingo. Calientas una taza con agua en el microondas para prepararte una infusión de jengibre, cúrcuma y cosas. Sabes que el calor que proporciona la máquina es de chichinabo y que se enfriará antes de que salgas de la ducha que necesitas para arrancarte la galbana que arrastras y el olor a ñu con el que has amanecido.

Pero ahora ya no sudas, tienes frío y hueles a bergamota porque te has rociado como si fueras a enredar, aunque no saldrás de casa porque, si lo haces, cabe la nada descabellada posibilidad de que te quedes por ahí, tomando un fresco que no te conviene para nada. No eres sueca y el carácter y la salud de una mujer mediterránea no se forjan a cinco grados bajo cero. Es la Candelaria y tú tienes todas las candelas del mundo colgadas de la nariz.

Retomas un sudoku que dejaste abandonado allá por las Navidades de hace un par de años y tragas poquito a poquito, traguito a traguito, la infusión, ya fría, que olvidaste en la cocina y que te apetece menos que cero. 

Bicheas por la red y no sabes si es la fiebre o la mala leche que gastan algunos la que te expulsa y te devuelve a las costas de Alaska. El domingo dominguea. Entre la neblina del Paracetamol y el vaho que exhalas, un salvelino te saluda con un brinco antes de caer tieso. ¡Qué vida esta!