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domingo, 23 de febrero de 2025

LLUEVE SOBRE BERLÍN


 

Estuvo lloviendo toda la noche.  El cielo se había ido ennegreciendo desde primera hora de la mañana y no había dejado de empeorar hora tras hora, hasta convertirlo todo en una mancha borrosa, indefinida y pegajosa. A esas horas, apenas había nadie en la calle y el sonido del viento atravesando las calles no hacía más que confirmar que esa mañana tampoco iba a ser gran cosa. Desde la ventana veía avanzar el tráfico de una manera lenta, casi quejumbrosa y se alegró, por primera vez, de no tener que salir a trabajar. El viernes le habían entregado la carta de despido, agradeciéndole los servicios prestados y reconociendo que, pese a la improcedencia de su destitución, su futuro más inmediato era la calle o, lo que para ella era peor, la incertidumbre de no saber qué iba a hacer con su vida ahora que todo había reventado. Al llegar a casa se descalzó junto a la puerta, dejó las llaves en el mueble de la entrada y se derrumbó en el sofá esperando que dieran las cinco para ir a recoger a Luisito.

Fue entonces cuando empezaron a caer las primeras gotas y fue en aquel momento cuando pensó que no tenía que apagar el móvil de trabajo porque lo había entregado. Ya nadie iba a molestarla con no sé qué cosa de última hora. Le entraron ganas de vomitar y por un segundo pensó en dejar que el cuerpo se aliviara allí mismo, pero corrió al baño y depositó en el inodoro el desconcierto y el pánico a lo que venía.

Se miró en el espejo y el reflejo le devolvió la peor imagen de sí misma. Menudo panorama.  Miró el reloj y pensó en lo despacio que pasa el tiempo en algunas ocasiones. Se lavó los dientes y se secó los labios con el dorso de la mano, arrastrando los restos de carmín que aún le quedaban. Con el pensamiento desordenado era incapaz de comprender qué había pasado. Pero ella misma se contestó, había pasado lo que siempre pasa, que a los peones se los meriendan antes de las seis. Si pudiera, colaría su mano en su interior y se arrancaría las entrañas. Caminó descalza hasta el dormitorio, se colocó la camisa por dentro de la cinturilla y se recogió el pelo. Volvió a mirar el reloj y recordó que Luisito estaría con su padre durante los próximos cinco días. No tenía nada que hacer, nada de nada. Apagó el teléfono, se sentó en la cama, abrió la mesilla de noche y, a la misma velocidad con la que tragaba un par de pastillas, se metió en la cama completamente vestida. Se fundió en negro.

Se despertó con la boca seca y un tanto desorientada. Bebió un vaso de agua, tragó dos pastillas más, volvió a la cama y se tapó la cabeza hasta quedarse dormida. Fuera, la lluvia seguí cayendo y las calles seguían grises e imposibles. Continuó durmiendo sin soñar nada y solo al cabo de casi cuarenta y ocho horas se levantó con el sonido de la lluvia intermitente.  Se levantó despacio y abrió la ventana. Desde ahí, vio como el tráfico avanzaba lentamente y se alegró de no tener que salir a trabajar. Necesitaba una ducha urgente, un cambio de ropa, saber que su hijo estaba bien y vomitar, una vez más.



domingo, 11 de julio de 2021

ESPECULACIONES


 

Él graba un video que cuelga en una red social para que ella, que sabe que le espía a ratos, sepa que se acuerda de ella. No quiere llamarla y tampoco que ella lo haga, solo quiere que sepa que sabe. Ella se lo pone unas cien veces, arrima el aparato al oído intentando despistar el ruido que llega desde el salón. Analiza palabra por palabra, las anota en el reverso de la lista de la compra para después leerlas despacio sin tener que volver a la aplicación. Se va al baño para encerrarse. Allí no hay que dar explicaciones. Enciende la radio y sube el volumen. Con la voz gritona del locutor de radiofórmula, arranca a llorar e hipar hasta que ve su reflejo en el espejo y se siente idiota. Debería parar. Ella ya no es nadie, se deshinchó poco a poco, como un globo de helio. Tira de la cadena y apaga la radio. Abre el grifo, pone la cabeza debajo y ahora los ojos rojos pueden ser cosa del champú. Se acomoda apoyándose en la bañera y se fija en que debería cambiar las toallas y llamar al fontanero para que repare el goteo continuo de la cisterna.  El partido ha llegado a la media parte. No queda cerveza en la nevera y el revuelo, entre chistoso y tosco, le da una excusa.  Se ofrece para salir, traerá unos cuantos botellines y un par de paquetes de panchitos. Antes de salir, se pasa la mano por el cabello mojado, coge el paraguas y coloca el móvil en el bolsillo.